El evento inicia a las 5:45. Piscos de honor

2.23.2010

La edad del ámbar



Diego Lazarte. La Edad del Ámbar, Ediciones Sarita Cartonera, 2008


19 de junio. Cuarto menguante.

Imantado por el sueño y los designios de su metálico núcleo, fui atraído bajo una arboleda de hoteles miserables, de puertas y ventanas tapiadas con maderos. Eran los más proclives a ser demolidos por el alba.

Me obcecaban numeraciones enmarañadas y aéreas, un oscuro tropismo me obligaba a sus entrañas arqueadas.

El interior herrumbroso de un ascensor de puertas retorcidas y corredizas. Mucha gente me acompaña. Al ir de piso en piso, escucho el cansancio de sus articulaciones. Siento la necesidad de bajarme.

Al llegar a unos deslucidos escalones, tengo la impresión de haber visto a alguien, quien desvanecida me adelanta. Sus pasos se me hacen familiares. Si me apresuro podré alcanzarla en el siguiente piso.

Se ha detenido a mitad de la escalera, magnetizada al pasamano. Está descalza. Lleva un vestido devorado por las esfinges calavera, quienes vuelan pesadamente con sus alas lanudas. Se nos muestran sus pantorrillas y una cicatriz, que crecida como un liquen, empobrece aún más las desproporcionadas macetas de los pasillos.

Al entornar mis ojos, la pierdo. En otros sueños no me había percatado de mis parpadeos.

Ya en el vestíbulo, me dirijo hacia una puerta entreabierta.

Giro el encendido de un viejo televisor a tubos. La pantalla abombada recuerda el cretinismo y las damajuanas. Se aferraba al suelo con sus cortas patas de madera.


2 de agosto. Cuarto creciente.

Estoy en la cubierta de un lanchón. Inservible contenedor de pesadillas.

Poliedro arisco y enceguecido de óxido y salitre.

Viajaba por un río de estupor y catatonía. Su fondo inmóvil era enturbiado por mi memoria, por cantos enloquecedores que me invitan al agua. La popa terminaría por perderse de vista, las corrientes por consumir mis fuerzas. Hay alguien más.

Estoy en el lecho del río. Mi voz se aclara junto con las aguas.

Entre las orillas se ha formado una interminable feria de baratijas. Quien me adelanta, pálido como un liquen, sugiere que no me distraiga. Una niña sale a mi encuentro y al colocarme una sortija, pronostica que soñaré con hormigas.

Una de las falsarias, trajinadoras del sueño de piernas largísimas y firmes, cruza frente a mí. Una media sonrisa le desdibuja el rostro (pues sus inestables materias no están acostumbradas). Escucho el estrépito de su cuerpo. Necesitará ayuda con las flores amarillas, ahora regadas por el suelo. Veo que sus cejas le devoran el rostro y que le nacen lunas de sus uñas rosáceas.

He perdido a mi guía. Me encuentro extraviado entre una multitud.


22 de septiembre. Luna nueva.

Entraba por el portón de una quinta ruinosa. Una verde y angulosa piedra destacaba su ubicación en la vereda.

Un pasadizo se cerraba como una garganta y distribuía habitaciones a ambos lados de sus paredes. Sobrecogían sus puertas y ventanas.

Unas escaleras carcomidas daban a un altillo, que sonreía con todas sus piezas chuecas y faltantes. Su patio interior, estaba empobrecido por un lavatorio mohoso y que enloquecía con reanudados conteos de su caño.

La vi bajo una telaraña de cordeles, adornados con globos desinflados por el tiempo. Se sentaba en el reseco labio de la pileta.

Tenía la tez arenosa, labios densos y pronunciados, cabellos que crecían salvajemente y en los acantilados. Quedaría extasiada bajo una relampagueante lluvia de papeles.


3 de julio. Luna Llena.

Corría a través de un bosque de eucaliptos. Los breves momentos, en que me detuve a recuperar aliento, fueron aprovechados en aguzar toda posible presencia, delatada por ojos secos y resultados de dados cobre lanzados por el viento.

La insania, que enverdecía una selva de arbustos enanos, sólo podría compararse con su repulsiva manera de beber del plomo fundido, servido en los surcos que la entrecruzaban.

Este interlunio, se despejaba finalmente en una pradera de amperios y de dientes de león, donde una mujer dábame la espalda y gustaba sentarse en el sol de un tronco.

La noche, que se cerraba redondeándose en su cuerpo, era marcada por extrañas coincidencias entre el tono del cielo y el tono de su tez, que por instantes podría adquirir el palorosa de sus uñas, o pasar a otros y prolongarlos con la caída de sus cabellos y aceites púrpuras, dejando breves olores florecidos.

Estos colores terminaban por desvanecerse al clarear el sueño, excepto el del tono de sus pupilas, que se adelantaban al alba y extenuaban como esquistos.


© Diego Lazarte (Lima, 1984)
Promotor Cultural de la asociación educativa Saco Oliveros. Ha coordinado el homenaje a la poeta Nelly Fonseca Recavarren, dirigido y producido su documental, así como de seleccionar los textos para su antología y estudio (CC. España, 2009). Actualmente dirige el programa de animación a la lectura La Biblioteca Itinerante (www.lafiestadelapoesia.blogspot.com). El 2008 publicó su tercer poemario “Diario de Navegación (Lustra Editores- CC. España).Poemas suyos aparecen en múltiples revistas nacionales e hispanoamericanas

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