Por Jaimedonato Jiménez
No una vez. Miles de veces te he oído decir: “Estoy convencida de la inocencia de mi padre”. Segurísima de ti misma no das tregua a que se diga lo contrario. Mérito suficiente y categórico para que yo te ame Keiko Sofía Fujimori ¿Higushi? Sobre todo cuando sonríes, cuando eres amable y no gritas la inocencia de tu padre. Cuando entornas tus ojitos para clamar justicia divina, el perdón auténtico del grandísimo.
Yo te amo. Eres mi Venus, mi Venus de Willendorf. Y no concibo una noche en la que los noticieros no hayan pasado siquiera un dato sobre ti. ¡Malditos terroristas! grito. En esas noches extraño tus berrinches, porque me excita verte molesta en una conferencia de prensa. Tu aplomo y tus sustentaciones de derecho penal son admirables; es por eso que ya ni me importa saber cómo pagaste tus estudios, amada Keiko. Te perdono todo, te daría mi vida si me la pidieras. Te quiero como diariamente demuestras querer a tu madre, así de profundo, así de sincero.
Pero como con todo amor verdadero, debo confesarte mis pecados más horribles. Duermo con los ojos abiertos desde que leí de una matanza en un viejo caserón de Barrios Altos, tirito de miedo por culpa de tantos diarios chichas que se pasan difamando a los prohombres de este país, a veces robo y otras veces mando robar, me torno irascible y soberbio cuando no me dan la razón, hago lobbies, estudié en San Marcos, y eso a tu padrino, el Capitán Kerosene, le da muy mala espina, soy un trabajador fantasma del congreso, y la peor de todas: varias veces le robé la ropa a un pobre.
Entenderé si me rechazas. Sobre todo porque no estudié en Boston o en Columbia con la plata que mi padre honradamente robó. Entenderé, pero antes debo decirte que yo también creo en la inocencia de mi virtual suegro. Creo en él como en la virginidad comprobada de Shirley Cherres. Su inocencia es un dogma, el dos más dos de la política peruana.
Ergo, si me aceptas, diariamente te escribiré poemas después de hacer el amor. En ellos erigiré tu figura monumental. Serás mi Matilde Urrutia, mi Silvia, la versión nikei de Anaïs Nin; y el Perú se enterará de lo perfecta y humana que eres. Te amarán como yo, y el pueblo peruano te elegirá Presidente perpetua, sin necesidad de interpretaciones auténticas, y sin más esbirros que yo. Y en el éxtasis de la modestia viviremos en un asentamiento humano, ese que por gracia de mi virtual suegro lleva tu nombre.
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