El evento inicia a las 5:45. Piscos de honor

2.23.2010

Miscelánea 9

Estimados lectores, les ofrecemos una nueva entrega de la edición virtual de nuestra revista. En este número:


PRESENTACIÓN
Yunza en San Jerónimo de Andahuaylas.
Sepa Usted que una yunza es un éxtasis único.

CON LOS PANTALONES ABAJO
El Premio Carnavalón.
No sólo "La teta...".Sepa de como también los infames pueden ser famosos y recontrapremiados en esta fiebre carnavalera.

UN PELO EN MI SOPA
Kurt Cobain, Charly García y Teh Bang Bang club: "La música de Nirvana nos unía más que el fútbol, más que las infinitas versiones de "Tabú" o los capítulos de "Supercampeones".

TRUE FAITH
El cilulo, Canción y carnaval. Conozca el cilulo y ráyese con el caballito protagonista del vídeo (de pasadita carnavalee).

INSTANTE CERCANO
Carnaval en Roma. Lo espontáneo se junta con las raíces, y el júbilo florece en primavera.

RASTROS DE CARACOL
La edad del ámbar, prosa a cargo del siempre poeta y amigo Diego Lazarte.

Yunza de San Jerónimo de Andahuaylas

Eduardo Yaguas

Ese arbolito se quebró de alegría. Lo hemos despedido danzado frenéticamente. Una yunzita alegre que me comprometí a apadrinar el año pasado. Les juro que éramos unos verdaderos bacantes que danzaban la alegría. Chinas bonitas, amigos por todos lados. Bastaba alargar el brazo para encontrar una. A veces te anticipaba una suegra, y te sujetaba la mano tan fuerte que era difícil safarse, como si con eso fuera a casarse con uno. En ese instante bajabas las revoluciones de la danza. Ya no acometías ni “gusaneabas” la ronda. No podías acercarte y mirar alegremente, a los ojos, a la chica bonita del otro lado de la ronda. Pero igual seguía la zumba, la chacota con el grito, los silbidos y las risas.


El chaj- chaj-chaj del hacha sobre el saucecito vestido de bateas, polos, baldes, serpentinas. La banda cantando sus coplas alegres, propiciando el baile con sus rimas jacarandosas y bromistas. Una danza infinita llena de zig-zag, danza ebria que me ha alegrado eternamente.


Y así como este domingo 21 de febrero tumbé un eucalipto, este equipo ecuestre-virtual espera que ustedes díscolos seguidores lo hagan con esta segunda entrega carnavalera.

El premio Carnavalón


Por Jaimedonato Jiménez


Con el afán de otorgar un merecido reconocimiento a los protagonistas de nuestra nefasta escena política y pensando en la salud moral de nuestros lectores, hemos visto pertinente crear el Premio Ciudadano Carnavalón. Veamos a los finalistas:


César Nakasaki. Se ha ganado la presente nominación a pulso milimétrico. Ya que gracias a su empatía y verbo ha creado las joyitas más preciadas de la jurisprudencia peruana defendiendo los casos Sánchez Paredes, Magaly Medina, Fujimori, Luis Valdez y de perder el caso de la discoteca Utopía. A este braguetero del dinero y del poder, si a algún infierno terrenal debe ir, es a pasear un ratito nomás con el 50% de lo que le haya cobrado a cualquiera de sus mencionados clientes por las riberas del río Rímac con un kayac, pero sin remos y sin flotador; hasta q vaya a parar un domingo soleado y carnavalero al siempre cálido y afectuoso Balneario de los Barracones. Allí será recibido como Hitler hubiera recibido a Baruch Ivcher.


Carlos Raffo. Méritos suficientes ha hecho este vil panda de la información fujimorista como para perder tiempo nombrándolos. Soltemos su última perla: “…el fiscal en lugar de llorar debería haberse preocupado por estudiar”. Y claro que este vil mamífero de Raffo tiene razón: Guillén ha perdido el tiempo haciendo justicia, litigando, en vez de ahondar en el caso Fujimori se hubiera puesto a estudiar. Mejor que haya mandado al carajo los expedientes de uno de los casos de corrupción más grandes de la historia mundial, y se haya puesto a estudiar. Claro, por supuesto, excelente, marrano Raffo, que para la próxima, Guillén se vuelva como tú, y de pasada que se joda la justicia en el Perú. Por esa puercada monumental que salió de tu boca lo mejor sería que un domingo carnavalero te vayas a pasear por el barrio de Castilla en el Callao, bien enjoyado, a ver si tus grandes ideas y tu gran bocaza te sacan de esa carnavaleada que con lodo y matacholas estoy seguro te darán.


Mercedes Cabanillas. A esta dura fiera estrellada, me gustaría verla en un carnaval en Bagua. Que lleve un taparrabos y en vez de vender collares y pulseras hechas de semillas que regale disculpas. Y si un solo bagüino la perdona podrá dormir bien un día, sólo uno porque en los tres días que dura el carnaval deberá explicar, a todos los bagüinos, el porqué de sus acciones, no podrá mentir, ni seguirá vejándolos con adjetivos aprendidos en Palacio. Deberá mostrar respeto e hidalguía cuando le lluevan las serpentinas de la justicia y la verdad. Aunque si lo prefiere que no venda ni regale nada, pero que vaya, que vaya y les dé la cara así como les mostró las armas.

Kurt Cobain, Charly García y The bang bang club


Por Adán Calatayud

Hola Times, hola premio Pulitzer,

cicatrices tribales en tecnicolor,

Bang bang club, AK 47 horas

Kevin Carter, Manic street preachers


En el penúltimo año de la secundaria todos queríamos ser como Kurt Cobain. Es un drogadicto, su música es pura bulla y no se entiende lo que canta, decían nuestras lindas compañeras de clase. Sus faldas cortas, muy por encima de la rodilla; los tirantes sueltos, que caían desafiantes sobre esas caderas que despertaban más de un suspiro, y sus doradas trenzas francesas no podían hacer que cambiáramos de parecer. Nirvana era la mejor banda y Kurt era nuestro ídolo. En las fiestas, aunque no pusieran una sola canción de Nirvana, abundaban los blujean rotos y las zapatillas “all star” (o alguna que se pareciera y fuera más barata). Está demás decir que todos esperaban terminar el colegio para dejarse crecer el cabello y llevarlo como Kurt y creo recordar que alguna vez alguien dijo delante de las niñas que deseaba tener una banda de rock y fumar marihuana, para probar nada más —siempre es bueno saber—como era esa cosa. Al tener esos gustos y esas aspiraciones, las escasas muchachas bonitas de la clase —las de faldas cortas y trenzas castañas, desde luego— dejaron de interesarse en nosotros y empezaron a interesarse en los compañeros de otras secciones. Ellos, al igual que las chicas, si disfrutaban con lo que sonaba en la mayoría de las radios: Jerry Rivera, Ace of Base, Wilfrido Vargas y tantos otros músicos y cantantes que mis amigos y yo detestábamos.


La música de Nirvana nos unía más que el futbol, más que las infinitas versiones de “Tabú” o los capítulos de “Supercampeones”, pero a diferencia de mis amigos, que estaban dispuestos a renunciar a las chicas de la clase y pensaban encontrar nuevas amigas y enamoradas a las que les gustaran kurt y compañía, yo si echaba de menos a las muchachas y sobre todo a la guapa Alejandra. Era la chica más alta del colegio, llevaba el pabellón nacional en los desfiles, era la capitana del equipo de voley y por su físico parecía una muchacha de más de dieciséis años. Con la mayor parte de mis rivales fuera de la competencia, el único camino que me quedaba era dejar de parecerme a ellos. Pero no tenía la suficiente personalidad como para prescindir de un ídolo, así que tomé prestado el de mi hermano mayor: Charly García. Para Alejandra eso estuvo muy bien, las letras de “Quizás porque” y “Necesito” le encantaron. Pasé muchas tardes en su casa escuchando los viejos casetes donde mi hermano había grabado canciones de todas las etapas de Charly.


Cada vez me hacía más fanático de Charly, pero una tarde en galerías Arenales, mientras, buscaba un disco de original de Charly García —de segunda mano porque mi presupuesto era escaso— para regalárselo a Alejandra por su cumpleaños, encontré en una revista un artículo sobre cuatro fotógrafos sudafricanos que se hacían llamar The bang bang club. Con lo que sobró de la compra del disco me hice de la revista y en el viaje de regreso a casa leí el artículo más de tres veces. Lo siguiente fue buscar más información sobre estos fotógrafos y conseguir una cámara fotográfica. Era un ignorante en la materia pero mi intuición me hizo elegir la polaroid del abuelo a la compacta automática de mi padre. No me arrepentiría, las primeras instantáneas que tomé fueron de Alejandra acodada en el balcón de su casa. “Un sol amarillo que se niega a morir, una muchacha bonita, has tomado una foto de postal”, dijo el abuelo cuando le mostré la primera fotografía, luego me aumentó la propina. Al principio me interesaba The bang bang club, pero luego mi interés se centró en Kevin Karter. Allí empezaron los problemas con Alejandra, mí nuevo ídolo tenía algún parecido con Kurt Cobain, demasiado lúcido, demasiado sensible; era autodestructivo y adicto a las drogas. Le conté que había ganado un Pulitzer por la fotografía donde un buitre acecha a una niña a punto de morir, pero fue en vano, Alejandra no sabía que era un Pulitzer y jamás entendería los motivos que llevaron a Kevin a tomar su decisión. Volvía a ser como mis amigos. Yo moría por los besos de Alejandra y traté de volver a enamorarla recurriendo al gran Charly, pero mi musa ya no gustaba de su música: “Confesiones de invierno” la deprimía; “De mí” le provocaba algo de miedo; además Charly entraba a una de sus etapas más oscuras. En quinto año fue peor, Alejandra prefería salir a bailar con chicos mayores a posar frente a mi polaroid o pasarse la tarde escuchando música en la cochera del abuelo. Una semana después de romper conmigo la vi besándose con un chico de su cuadra que ya había terminado el colegio. Después de eso me interesé mucho más por la fotografía, empecé a comprar revistas y libros sobre el tema, conocí a Kapa, Cartier-Bresson, Man Ray, Adams y Newton. El abuelo, que disfrutaba financiando mis caprichos me compró una cámara telemétrica de segunda mano. En mi primera borrachera, en casa de uno de mis mejores amigos, protagonicé una escena que casi todos mis ex compañeros recuerdan: subido en una silla juré que sería como Kevin Karter y siempre escucharía a Charly García, aunque no tuviera a Alejandra. Al terminar de hablar la silla tambaleo y en la caída me rompí la cabeza.


En abril de ese año Kurt Cobain se suicidó, mis amigos andaban tristes y sin novias, yo traté de compartir su sufrimiento, pero sentía que un abismo muy grande nos separaba, ellos también lo notaron y guardaron distancias. En julio Kevin Carter se suicidó. Las distancias se desvanecieron, mis amigos y yo volvimos a ser un mismo cuerpo: guardábamos un pesado luto por nuestros héroes muertos.


Al terminar el año escolar, en la fiesta de promoción, Alejandra se acercó a la mesa donde me hacía el adulto bebiendo cerveza tras cerveza para pedirme que le concediera un baile, yo había evitado cruzarme con ella toda la noche, pero no pude negarme. Olvidé que tenía dos pies izquierdos, tomé su mano y la llevé a la pista de baile. Bajo la esfera de cristal apreté su cintura, ella apoyo su cabeza en mi hombro y susurró: “ojalá que Charly no quiera suicidarse”. Sintiéndome más adulto que nunca, pegué mi boca a si oído y susurre: Charly no haría eso, nunca lo haría, repetí; luego le robé un último beso.


Carabayllo 22 de febrero del 2010


El Cilulo, canción y carnaval


Por Roberto Roig


Como el carnaval no es patrimonio de los brasileños (el origen del carnaval es europeo) también los hay en muchos otros países de Sudamérica, y por supuesto aquí en Perú igual. Uno de los carnavales peruanos más grandes es el de Cajamarca y el género musical que lo acompaña es precisamente llamado Carnaval. Este género puede variar de nombre según la región, provincia, localidad e incluso barrio. Wayllacha, Cilulo, Pum pin, Chuta chuta, Chimaycha, Wifala, Puqllay, Matarina, etc. Incluimos el Cilulo que es un tema musical y el nombre de un carnaval igualmente, el video contiene escenas referidas a la letra.

Carnaval en Roma



En Roma es invierno, hace un frío que cala los huesos y, por primera vez, cae nieve en la ciudad. Llegué a fines del año pasado dejando de lado mil problemas en Perú, —en Lima— y mis amigos dicen que la mala suerte me siguió hasta aquí, que ella es la culpable de que nieve.

Llevo un par de meses sin trabajar y me cuesta adaptarme a la ciudad, al frío; es época de carnavales y no me apetece jugar con el agua. El carnaval nació en Europa y se celebra de manera diferente que en mi país; aquí hay comparsas, teatro callejero, desfilan reinas, cortesanas, pajes, caballeros. ¡Daría mi alma por seducir a una de esas reinas que usan largos vestidos y zapatillas a lo cenicienta!




He tomado algunas fotografías en las tardes que me he pasado contemplado los días de carnaval desde la ventana de mi habitación en un viejo cuarto de hotel, pero ahora otra vez estoy desganado, mi estado de ánimo no me permite salir a las calles y mucho menos mezclarme con los transeúntes, andar entre la gente. Cuando las comparsas abandonan las calles me retiro de la ventana, pongo un disco de los Beatles —casi siempre “El álbum blanco”— y vuelvo a revisar los anuncios de trabajo.



Fotos desde Roma: César Vásquez Altamirano

Uno de los últimos días de carnaval un amigo viene a tocarme la puerta, “baja, baja”, dice, “hay comparsas de latinoamericanos, se han unido para festejar el carnaval”, agrega. Me asomo por la ventana y el carnaval se ha teñido de un nuevo matiz, nuevos sonidos, una alegría cercana, que reconozco de otros tiempos, cojo mi cámara fotográfica, bajo las escaleras a toda prisa, salgo a la calle, veo una comparsa, corro tras ella, al acercarme lo suficiente me detengo, encuadro, disparo, vuelvo a vivir, algo me dice que las cosas van a mejorar, sale el sol.


Las cuatro últimas fotos del Carnaval LatinoAméricano en Roma pertenecen a Elio Rosato

Texto por AC

La edad del ámbar



Diego Lazarte. La Edad del Ámbar, Ediciones Sarita Cartonera, 2008


19 de junio. Cuarto menguante.

Imantado por el sueño y los designios de su metálico núcleo, fui atraído bajo una arboleda de hoteles miserables, de puertas y ventanas tapiadas con maderos. Eran los más proclives a ser demolidos por el alba.

Me obcecaban numeraciones enmarañadas y aéreas, un oscuro tropismo me obligaba a sus entrañas arqueadas.

El interior herrumbroso de un ascensor de puertas retorcidas y corredizas. Mucha gente me acompaña. Al ir de piso en piso, escucho el cansancio de sus articulaciones. Siento la necesidad de bajarme.

Al llegar a unos deslucidos escalones, tengo la impresión de haber visto a alguien, quien desvanecida me adelanta. Sus pasos se me hacen familiares. Si me apresuro podré alcanzarla en el siguiente piso.

Se ha detenido a mitad de la escalera, magnetizada al pasamano. Está descalza. Lleva un vestido devorado por las esfinges calavera, quienes vuelan pesadamente con sus alas lanudas. Se nos muestran sus pantorrillas y una cicatriz, que crecida como un liquen, empobrece aún más las desproporcionadas macetas de los pasillos.

Al entornar mis ojos, la pierdo. En otros sueños no me había percatado de mis parpadeos.

Ya en el vestíbulo, me dirijo hacia una puerta entreabierta.

Giro el encendido de un viejo televisor a tubos. La pantalla abombada recuerda el cretinismo y las damajuanas. Se aferraba al suelo con sus cortas patas de madera.


2 de agosto. Cuarto creciente.

Estoy en la cubierta de un lanchón. Inservible contenedor de pesadillas.

Poliedro arisco y enceguecido de óxido y salitre.

Viajaba por un río de estupor y catatonía. Su fondo inmóvil era enturbiado por mi memoria, por cantos enloquecedores que me invitan al agua. La popa terminaría por perderse de vista, las corrientes por consumir mis fuerzas. Hay alguien más.

Estoy en el lecho del río. Mi voz se aclara junto con las aguas.

Entre las orillas se ha formado una interminable feria de baratijas. Quien me adelanta, pálido como un liquen, sugiere que no me distraiga. Una niña sale a mi encuentro y al colocarme una sortija, pronostica que soñaré con hormigas.

Una de las falsarias, trajinadoras del sueño de piernas largísimas y firmes, cruza frente a mí. Una media sonrisa le desdibuja el rostro (pues sus inestables materias no están acostumbradas). Escucho el estrépito de su cuerpo. Necesitará ayuda con las flores amarillas, ahora regadas por el suelo. Veo que sus cejas le devoran el rostro y que le nacen lunas de sus uñas rosáceas.

He perdido a mi guía. Me encuentro extraviado entre una multitud.


22 de septiembre. Luna nueva.

Entraba por el portón de una quinta ruinosa. Una verde y angulosa piedra destacaba su ubicación en la vereda.

Un pasadizo se cerraba como una garganta y distribuía habitaciones a ambos lados de sus paredes. Sobrecogían sus puertas y ventanas.

Unas escaleras carcomidas daban a un altillo, que sonreía con todas sus piezas chuecas y faltantes. Su patio interior, estaba empobrecido por un lavatorio mohoso y que enloquecía con reanudados conteos de su caño.

La vi bajo una telaraña de cordeles, adornados con globos desinflados por el tiempo. Se sentaba en el reseco labio de la pileta.

Tenía la tez arenosa, labios densos y pronunciados, cabellos que crecían salvajemente y en los acantilados. Quedaría extasiada bajo una relampagueante lluvia de papeles.


3 de julio. Luna Llena.

Corría a través de un bosque de eucaliptos. Los breves momentos, en que me detuve a recuperar aliento, fueron aprovechados en aguzar toda posible presencia, delatada por ojos secos y resultados de dados cobre lanzados por el viento.

La insania, que enverdecía una selva de arbustos enanos, sólo podría compararse con su repulsiva manera de beber del plomo fundido, servido en los surcos que la entrecruzaban.

Este interlunio, se despejaba finalmente en una pradera de amperios y de dientes de león, donde una mujer dábame la espalda y gustaba sentarse en el sol de un tronco.

La noche, que se cerraba redondeándose en su cuerpo, era marcada por extrañas coincidencias entre el tono del cielo y el tono de su tez, que por instantes podría adquirir el palorosa de sus uñas, o pasar a otros y prolongarlos con la caída de sus cabellos y aceites púrpuras, dejando breves olores florecidos.

Estos colores terminaban por desvanecerse al clarear el sueño, excepto el del tono de sus pupilas, que se adelantaban al alba y extenuaban como esquistos.


© Diego Lazarte (Lima, 1984)
Promotor Cultural de la asociación educativa Saco Oliveros. Ha coordinado el homenaje a la poeta Nelly Fonseca Recavarren, dirigido y producido su documental, así como de seleccionar los textos para su antología y estudio (CC. España, 2009). Actualmente dirige el programa de animación a la lectura La Biblioteca Itinerante (www.lafiestadelapoesia.blogspot.com). El 2008 publicó su tercer poemario “Diario de Navegación (Lustra Editores- CC. España).Poemas suyos aparecen en múltiples revistas nacionales e hispanoamericanas

2.01.2010

Miscelánea 8

Estimados lectores, les ofrecemos una nueva entrega de la edición virtual de nuestra revista. En este número:


PRESENTACIÓN
Cura de Silencio.
Luego de tantas pastillas, este brioso Jinete vuelve a las andadas; la cura de sueño y silencio ha hecho su trabajo... Agarraos bien que salimos a punta de globazos con agua, harta serpentina y tumbachola.

CON LOS PANTALONES ABAJO
El dogma del amor.
De como un infame se ha enamorado de una ponjita

UN PELO EN MI SOPA
Rec/Stop. "Hace mucho que no ocurre nada importante en el verano, este verano terminará con tu viaje, esa será la novedad. "

TRUE FAITH
Chorinho. La otra vedette del carnaval de Río.

EL CATAVENENOS
El origen del Silencio. Cuando la ciudad me engaña/pienso en ti y pienso en mi árbol/que eres tú aguardándome tus ramas/conservándome tu savia hasta mi retorno.

RASTROS DE CARACOL
Alguien camina por la casa, prosa a cargo de Stuart Flores Herrera

Cura de Silencio

Carnaval, Eduardo Yaguas


Con el pretexto de preparar la edición impresa (que ya está a la venta en quioscos y librerías) dejamos de lado este blog que durante siete entregas fue nuestra trinchera. Desde aquí, sin más armas que nuestros escritos y los de nuestros colaboradores, atacamos a la realidad, le escupimos nuestras historias inconformes, nuestras imágenes absurdas y nuestra tonada esquizofrénica.

Luego de un año de estar callados, mordiéndonos las tripas por no poder patear/ hablar/contar/postear acerca de aquello que nos quita el sueño y hace nuestras existencias más llevaderas, aprovechamos este inicio de año y salimos a empaparlos con esta entrega carnavalera.

Regresamos tan inconscientes e irresponsables como todos aquellos limeños que derrocharán miles de kilómetros cúbicos de agua que en Haití y en muchas partes del mundo hace falta. Por las calles de la ciudad correrán ríos de agua sucia, los limeños atacaran cada fin de semana con pintura, betún y globos de colores; los clubes provinciales organizarán cortamontes a son de carnavales ayacuchanos, cajamarquinos, huancaínos, ancashinos y un largo etc. sin recordar que en la sierra llegaron las lluvias intensas y los huaycos.

Si señores el carnaval llegó y haremos nuestro propio cortamonte; tumbaremos el sauce de esa rutina que agrede, que deshumaniza; que nos arroja la realidad como una gran carga sobre la espalda. Cuando el árbol haya caído, seguiremos escribiendo.

El dogma del amor


Por Jaimedonato Jiménez


No una vez. Miles de veces te he oído decir: “Estoy convencida de la inocencia de mi padre”. Segurísima de ti misma no das tregua a que se diga lo contrario. Mérito suficiente y categórico para que yo te ame Keiko Sofía Fujimori ¿Higushi? Sobre todo cuando sonríes, cuando eres amable y no gritas la inocencia de tu padre. Cuando entornas tus ojitos para clamar justicia divina, el perdón auténtico del grandísimo.

Yo te amo. Eres mi Venus, mi Venus de Willendorf. Y no concibo una noche en la que los noticieros no hayan pasado siquiera un dato sobre ti. ¡Malditos terroristas! grito. En esas noches extraño tus berrinches, porque me excita verte molesta en una conferencia de prensa. Tu aplomo y tus sustentaciones de derecho penal son admirables; es por eso que ya ni me importa saber cómo pagaste tus estudios, amada Keiko. Te perdono todo, te daría mi vida si me la pidieras. Te quiero como diariamente demuestras querer a tu madre, así de profundo, así de sincero.

Pero como con todo amor verdadero, debo confesarte mis pecados más horribles. Duermo con los ojos abiertos desde que leí de una matanza en un viejo caserón de Barrios Altos, tirito de miedo por culpa de tantos diarios chichas que se pasan difamando a los prohombres de este país, a veces robo y otras veces mando robar, me torno irascible y soberbio cuando no me dan la razón, hago lobbies, estudié en San Marcos, y eso a tu padrino, el Capitán Kerosene, le da muy mala espina, soy un trabajador fantasma del congreso, y la peor de todas: varias veces le robé la ropa a un pobre.

Entenderé si me rechazas. Sobre todo porque no estudié en Boston o en Columbia con la plata que mi padre honradamente robó. Entenderé, pero antes debo decirte que yo también creo en la inocencia de mi virtual suegro. Creo en él como en la virginidad comprobada de Shirley Cherres. Su inocencia es un dogma, el dos más dos de la política peruana.

Ergo, si me aceptas, diariamente te escribiré poemas después de hacer el amor. En ellos erigiré tu figura monumental. Serás mi Matilde Urrutia, mi Silvia, la versión nikei de Anaïs Nin; y el Perú se enterará de lo perfecta y humana que eres. Te amarán como yo, y el pueblo peruano te elegirá Presidente perpetua, sin necesidad de interpretaciones auténticas, y sin más esbirros que yo. Y en el éxtasis de la modestia viviremos en un asentamiento humano, ese que por gracia de mi virtual suegro lleva tu nombre.

Rec/Stop


Por Adan Calatayud

Verano, cosas importantes ocurrían en verano. Pero como acabo de decir, ocurrían. Ahora la única novedad es tu partida. Tu partida y este juego de contar frente a la cámara de video unas cuantas cosas que no sepas de mí y “te den una idea más exacta de quién soy, para que me recuerdes en tu larga estadía en el extranjero.” No sé como acepté hacer esto; cuando soltaste esa última frase, sentí ganas de expulsarte de mi casa (nuestra casa), de darte una bofetada, pero me contuve, te veía después de más de un año y quise escuchar más. Luego vino ese refrito de que nunca se termina de conocer una persona y otras tonterías más que no entendí porque mientras hablabas me puse a recordar que precisamente por intentar empaparte de mí, de las cosas en las que creo y hago y por querer tener contigo una relación sin convencionalismos, que no cayera en la rutina, terminé espantándote. Ahí estaba yo, una vez más, con mis recuerdos y mi mundo, frente a tus ojos negros y tu rostro sin maquillaje; de pronto terminaste de hablar y tenías para mí una cámara de video, un beso en la mejilla y un “regreso en una semana por la grabación, te quiero mucho, gracias, saludas a tus padres.”


REC: ¿Qué cosas pasaban en verano? Las calles estaban llenas de amigos con quienes jugar y enemigos con quienes agarrarte a trompadas; muchachas a quienes espiar cuando se sentaban mal o cruzaban las piernas, también les podías robar un beso en el juego de las escondidas. Y en la casa de los abuelos abundaban los nietos, primos, sobrinos, dependiendo el punto de vista. Jugaban pelota, trompo y caja los más pequeños; al papá y la mamá o al doctor y la enfermera, los más grandes y avezados. Después de años espiando a mis primos y a mi hermano mayor, en el 93 inicié el verano midiendo más de metro sesenta. Los abuelos profetizaban que sería tan alto como papá, que pasaría el metro ochenta con facilidad; mamá me dio libertad para quedarme hasta muy noche jugando con los amigos de la cuadra y una tarde de domingo, Bertha, la prima enfermera, me llevó a la huerta para hacer cosas. En más de una ocasión dije que ese era el mejor verano de mi vida y debió haberlo sido hasta fines de enero, cuando apareció la enfermedad de Manuelito. Una madrugada aparecieron en la casa los tíos llevando al bebé en brazos, solo mamá y yo nos despertamos; ella me vio en el umbral de la puerta y me mandó a dormir, “solo le pondré una inyección”, dijo. Al despertar mamá no estaba. A esa madrugada le siguió una semana de mamá y los tíos en el hospital, haciéndole todos los exámenes posibles a Manuelito. Una noche en la casa de la abuela, cuando los nietos más pequeños habían sido llevados a sus casas a dormir y los más grandes mataperreaban en las esquinas, los adultos se reunieron para hablar de la enfermedad de Manuelito. Bertha y yo, que andábamos escondidos en la huerta, al tratar de salir de la casa sin ser sorprendidos alcanzamos a oír de los labios de mi madre: Cáncer. Lo siguiente para los adultos fue tratar de reunir todo el dinero posible. Los menores seguíamos mataperreando por el barrio, ajenos a todo. El primer sábado de febrero hubo una parrillada: la casa se llenó de gente que bebió y bailo hasta el amanecer, Bertha y yo robamos una botella de cerveza y nos pasamos toda la noche haciendo cosas. A la semana siguiente escuche decir a mamá que se necesitaba más dinero. Como si esa frase hubiera sido un conjuro, las sonrisas empezaron a ausentarse de los rostros de mis padres, todos mis tíos y los abuelos. Se hizo una actividad más y el dinero seguía faltando. La abuela empezó a llevar a todos los nietos a la iglesia. Recen por su primo nos decía. Una noche en la huerta Bertha me dijo que se había confesado y ya no quería hacer más cosas, que yo también debería confesarme, que si no estaba limpio no podría pedir por la salud de nuestro primo. No recuerdo qué le dije, pero hice que llorara, después de eso no volvió a pasar nada entre nosotros. La primera semana de marzo se hizo otra parrillada; esta vez se le ocurrió a mamá que sería bueno aprovechar el fin de carnavales para hacer un cortamonte y yo me ofrecí para adornar el árbol. La madrugada de ese sábado papá, mi hermano mayor y yo salimos en el viejo Dodge del abuelo a buscar el árbol. Después de cruzar el río Chillón y bordearlo por más de diez minutos llegamos a lo que parecía una plantación de sauces. Papá dijo “aquí”, sacó los machetes y escogió el árbol más grande. Después de una hora de golpes de machete, el árbol cayó. Mientras mi hermano y yo atábamos el árbol a la camioneta papá se alejó. Pensé que había ido a orinar, pero cuando regresó tenía los ojos rojos. Porque estuviste llorando le pregunté: “ayer vi al bebé”, me dijo; como está, insistí; “bien, ayer empezó la quimioterapia”, respondió; quise hacer más preguntas, pero mi hermano me dio un manotazo para que guardara silencio. En la tarde, luego de plantar el árbol y adornarlo, fui a mi casa y encontré a mi hermano leyendo en su habitación, no le presté mucha atención y fui a bañarme. Antes de salir de casa le pregunté si no venía al cortamonte, me respondió que no y señaló una ruma de libros que tenía por leer. Me pasé toda la noche espiando el cortamonte, el bullicio, los excesos de los adultos y a la mañana siguiente me sentía extraño. Al regresar a casa mi hermano continuaba leyendo, cogí uno de los libros que él ya había terminado y fui a mi habitación, quise leer, pero me quedé dormido. A la semana siguiente Manuelito murió. El velorio, el entierro y los días que se vinieron deben haber sido los momentos más duros que se vivieron en casa de mis padres y en la casa de los abuelos. Por esos días me encerraba en mi cuarto a llorar y cuando estaba en la calle andaba como un sonámbulo. Cuando iba a la casa de los abuelos sentía que la luz en lugar de entrar por las ventanas huía hacia la calle, el bullicio que hacían mis primos mientras jugaban en el patio y la huerta eran insoportables, me gustaba encerrarme en la vieja habitación de papá y empecé a disfrutar del silencio y la oscuridad que reinaban allí desde que papá dejo la habitación para irse a vivir con mamá. A fines de marzo escuché gritos en la habitación de mi hermano mayor. Él no había ido ni al velorio ni al entierro. Cuando mamá se fue al mercado entré a su cuarto y le pregunté porque le habían gritado; “porque no voy a hacer la confirmación, porque soy ateo, porque no volveré a pisar una iglesia”, me dijo; sentí mucho rencor e impotencia en sus palabras, quise decir algo, pero me pidió que saliera, mientras cruzaba la puerta alcancé a escuchar: “no es justo, no es justo”, di media vuelta y mi hermano estaba llorando, me acerqué, él me abrazó, se secó las lágrimas y dijo que fuera a leer el libro que había cogido días antes. Me tomó una semana a tiempo completo terminar Crimen y Castigo, luego de esa lectura me olvidé de mataperrear en las calles, de los cumpleaños de mis primos y amigos, de Bertha y la huerta de los abuelos y leí todos los libros que mi hermano apilaba semana tras semana sobre su mesa de noche. Una mañana antes de que empezaran las clases del colegio entré al cuarto de mi hermano y conversamos por horas, lo único que recuerdo de esa conversación es que mi hermano dijo que ya no sería doctor como mamá y la abuela soñaban desde que, en el colegio, empezara a sacar año tras año el primer puesto. “Seré economista, y tú qué serás”, preguntó; yo seré escritor, dije con mucha convicción. “Eso está bien para los sentimentales como tú”, dijo, me enojé y salí de su habitación. Así terminó ese verano. STOP.


Hace mucho que no ocurre nada importante en el verano, este verano terminará con tu viaje, esa será la novedad. Ya está; terminé tu grabación contando algo que no sabías de mí, esbozando esa historia que nunca pude escribir. Recuerdas el ritual Clapton-Truffaut-Dostoievski, era el procedimiento, la búsqueda de inspiración/predisposición previa a cada intento de escribir, algo parecido a tu juego con la cámara de video para recordarme. Mi juego nunca funcionó; algunas veces, cuando mi hermano llama del extranjero y conversamos horas de horas, antes de despedirse pregunta si estoy escribiendo o si ya publiqué algún libro y las respuestas siempre son negativas. Hace una hora, cuando terminaba tu grabación se me ocurrió dejar un par de preguntas como las que mi hermano siempre reserva para el final de nuestras conversaciones; pero a último minuto decidí no preguntar nada, me aterra pensar que tus respuestas sean iguales a las mías. STOP

Chorinho


Por Roberto Roig


El choro (popularmente conocido en Brasil como chorinho) es, junto con la samba, uno de los dos géneros musicales que se pueden escuchar en el Carnaval de Río. El choro, (que es menos conocido que la samba, por ser esta última la que le da el nombre al baile), viene del portugués lloro, requiere una ejecución virtuosa y compleja; le da un toque de melancolía al carnaval (a nuestro parecer, una especie de “alegría melancólica”). Entre los diversos instrumentos utilizados para interpretar el choro, destacan la mandolina, la flauta y el cavaquinho (pariente de la guitarra), instrumentos “solistas” donde se da gran importancia a la improvisación. En los videos que adjuntamos queremos compartir las melodías de dos jóvenes músicos, muy sencillos, cuya fama probablemente no traspase las fronteras del barrio en el que viven.




Esteras - Alfredo de la Cruz

Sauce, Eduardo Yaguas


Migrante

Pedí descansar y me trajeron al infierno.

¿Qué hago donde hay sólo piedras

y el sol constantemente

aja la piel como a una rosa?

La muerte olfatea los zapatos. Y el viento

Rememora mis querencias

¿Partí como tantos y moriré como tantos

apagado por el polvo y la tristeza?

Estoy quizá donde mis amables comensales.

Pisando la tierra que ellos pisan

tragando la miel que no comparten.

¿Pedí acaso demasiado?

Sólo descansar…

y me trajeron al infierno.

13-06-87



Carnaval

Alcánzame tu mano

a través de la gente

Sauce herido que no canta

que no busca mi sueño entre sus ramas

Y a dónde iremos?

El machete me amarga

La tarde se va con mi árbol oscuro

Aprieto tu mano y juntos

nos dormimos en ese silencio

silencio de árbol muerto.

Marzo 16, 1985



Confesiones

Historia compartida por un viajero y su guía sobre la destrucción de un aldea

A los periodistas muertos en Ayacucho.


/Junio de 1985/

¿Quién reposará donde inscribimos nuestros nombres?

Donde derribamos los océanos para hacer con nuestros pies

los nevados

y bloquear con nuestros cuerpos las balas?

/La ciudad al principio

Los designios de un camino implacable /

Soñabas

Derribar con tus salivas

Los muros de polvo y de rocas

(las murallas que no son como tú crees

Un árbol o un manantial congelado

En el invierno pasado).

El camino que de tanto huir nos arroja adonde partimos

Era casi imposible. /Bordear algún río. / Comer guijarros

Y consolarse con alguna canción extraviada. /

(Ah viajero de eso no nos percatamos)

La hora celeste opacó la memoria de los astros

El cansado rumor de alguna queja,

Y a los pájaros?

También les despojó de la falsía de sus voces.

¿Quién entonces mentirá si tu no lo haces ahora?

¿Quién se hará de fábulas

de tanta anécdota que nos muerde las tripas?

La noche es tan mansa como el día

Y las balas tan frágiles y tan mortíferas

como en las guerras.

/ Aquí donde para hablar es suficiente una sonrisa /

La aldea. El cielo gris

Un puñado de cenizas vomitando

El recuerdo mal uniformado de los infantes de Marina.

/ La agitada parla de viejos enterrada sobre el guano de las

sementeras /

Las mujeres que descubren

otros cuerpos / otro semen

Y maldicen

la huella imborrable de los soldados.

24-05-85



Poema para un durmiente


A Arturo Paredes in memoriam


¿Dormido te pescaron?

atravesando tus ojos

para derribarte como a una pared de adobes?

Arturo / Arturo…

¿en qué quedamos? Si estabas

Siempre en la vaguedad enredada de tu cabeza

En la neblina de tus ojos.

Sucede,

Que el mar ignora

Cuántos ojos ciega

o cuántos cuerpos contra las rocas golpea.

Sucede,

que el viento no sabe

de las hojas que arrastra

de los otoños que entristece.

Y sucede,

que tú eres el mar.

El viejo que arrastra las hojas

Y el otoño entristecido

en los ojos

de Carmela P.

Arturo / Arturo…

¿Estás dormido?

En la oscura calma de un toque de queda

En el rumor ajeno de una mosca

En el rumor siniestro de una bala?

Y qué sabrás tú de las viejas estaciones?

Donde gustabas de un helado. Y tocabas

tu silbato (en los desfiles). Para reírte

de los despistados automóviles

(como quien no sabe nada

como quien

con los ojos cerrados

tantea la ciudad).

Es cierto / Arturo.

Tu silencio

Tu insospechada inocencia

El color

de los árboles

derribándote

Trágicamente.

12-09-87



©Alfredo de la Cruz (Chimbote, junio 1963 )
De padres provincianos, radicó en Lircay-Huancavelica durante cuatro años de su infancia, luego emigró a Lima, al barrio El Progreso, distrito de Carabayllo, en donde inició sus primeros “textos poéticos”.

* Tomado de El Origen del Silencio, Centro de Investigación, Publicaciones y Educación Popular-CIPEP Lima, Perú, 1988. 60 páginas.