En Roma es invierno, hace un frío que cala los huesos y, por primera vez, cae nieve en la ciudad. Llegué a fines del año pasado dejando de lado mil problemas en Perú, —en Lima— y mis amigos dicen que la mala suerte me siguió hasta aquí, que ella es la culpable de que nieve.
Llevo un par de meses sin trabajar y me cuesta adaptarme a la ciudad, al frío; es época de carnavales y no me apetece jugar con el agua. El carnaval nació en Europa y se celebra de manera diferente que en mi país; aquí hay comparsas, teatro callejero, desfilan reinas, cortesanas, pajes, caballeros. ¡Daría mi alma por seducir a una de esas reinas que usan largos vestidos y zapatillas a lo cenicienta!
He tomado algunas fotografías en las tardes que me he pasado contemplado los días de carnaval desde la ventana de mi habitación en un viejo cuarto de hotel, pero ahora otra vez estoy desganado, mi estado de ánimo no me permite salir a las calles y mucho menos mezclarme con los transeúntes, andar entre la gente. Cuando las comparsas abandonan las calles me retiro de la ventana, pongo un disco de los Beatles —casi siempre “El álbum blanco”— y vuelvo a revisar los anuncios de trabajo.
Fotos desde Roma: César Vásquez Altamirano
Uno de los últimos días de carnaval un amigo viene a tocarme la puerta, “baja, baja”, dice, “hay comparsas de latinoamericanos, se han unido para festejar el carnaval”, agrega. Me asomo por la ventana y el carnaval se ha teñido de un nuevo matiz, nuevos sonidos, una alegría cercana, que reconozco de otros tiempos, cojo mi cámara fotográfica, bajo las escaleras a toda prisa, salgo a la calle, veo una comparsa, corro tras ella, al acercarme lo suficiente me detengo, encuadro, disparo, vuelvo a vivir, algo me dice que las cosas van a mejorar, sale el sol.
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