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por Adán Calatayud
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Día 1
El mismo pasaje de siempre: estantes, vitrinas apretadas, letreros luminosos; avanzo a toda prisa entre puestos de discos, películas, suvenires, videojuegos. Me detengo frente al puesto de siempre, me conseguiste las películas, pregunto a la chica detrás del escaparate, si ahora te las doy, se agacha y saca un paquete, me lo alcanza, le pago, guardo el paquete en mi mochila. Ya te vas, tengo novedades, me dice la muchacha, se me hace tarde para el trabajo, pero mi curiosidad es más grande que mi sentido de la responsabilidad, a ver le digo, la chica me alcanza un catalogo, todas estas son de cine asiático, dice. Paso una, dos páginas y pido tres películas más, sigo revisando el catalogo y un anciano se acerca a ofrecerme caramelos, le digo que no, pero insiste, es para mi medicina, dice, estoy mal de salud, algún día tu padre o tu abuelo pueden estar enfermos, agrega, le repito que no, y el anciano vuelve a insistir, mientras discuto con el anciano, alguien en algún lado me observa, siento el peso de su mirada en la nuca, giro, miro a todos lados y encuentro a una chica delgada, no es bonita ni fea, pero hay algo en ella que me atrae de inmediato, la chica empieza a caminar hacia el puesto de películas, me esquiva, abre la puerta y se ubica junto a la otra muchacha, desde allí me mira risueña, para deshacerme del anciano, le compro una barra de caramelos y vuelvo a revisar el catalogo, la chica sonríe, pido una película más y me despido de la primera chica, doy unos pasos y alguien a mis espaldas pregunta: ¿ese es el loquito del cine asiático?
Día 1
El mismo pasaje de siempre: estantes, vitrinas apretadas, letreros luminosos; avanzo a toda prisa entre puestos de discos, películas, suvenires, videojuegos. Me detengo frente al puesto de siempre, me conseguiste las películas, pregunto a la chica detrás del escaparate, si ahora te las doy, se agacha y saca un paquete, me lo alcanza, le pago, guardo el paquete en mi mochila. Ya te vas, tengo novedades, me dice la muchacha, se me hace tarde para el trabajo, pero mi curiosidad es más grande que mi sentido de la responsabilidad, a ver le digo, la chica me alcanza un catalogo, todas estas son de cine asiático, dice. Paso una, dos páginas y pido tres películas más, sigo revisando el catalogo y un anciano se acerca a ofrecerme caramelos, le digo que no, pero insiste, es para mi medicina, dice, estoy mal de salud, algún día tu padre o tu abuelo pueden estar enfermos, agrega, le repito que no, y el anciano vuelve a insistir, mientras discuto con el anciano, alguien en algún lado me observa, siento el peso de su mirada en la nuca, giro, miro a todos lados y encuentro a una chica delgada, no es bonita ni fea, pero hay algo en ella que me atrae de inmediato, la chica empieza a caminar hacia el puesto de películas, me esquiva, abre la puerta y se ubica junto a la otra muchacha, desde allí me mira risueña, para deshacerme del anciano, le compro una barra de caramelos y vuelvo a revisar el catalogo, la chica sonríe, pido una película más y me despido de la primera chica, doy unos pasos y alguien a mis espaldas pregunta: ¿ese es el loquito del cine asiático?
10 días después
Vuelvo al puesto de películas y me encuentro a la muchacha risueña, le pregunto por la otra chica y me dice que es su hermana, que se fue a trabajar a Chile, que pena, le digo, ella me conseguía las películas más difíciles de encontrar, no te preocupes, yo te las puedo conseguir, me responde la muchacha, sonrío y ella me regala una enorme sonrisa, me siento torpe, no sé qué hacer, qué decir, me escudo tras un catalogo, ella pregunta por qué veo tantas películas, le digo que escribo una columna sobre cine en una revista, yo nunca podría escribir sobre cine, me dice, no me gusta estar buscándole cosas a las películas, creo que no podría disfrutarlas, y si no puedo disfrutarlas, pierden su gracia, lo que me acaba de decir me suena a trabalenguas, pero me parece sincera, sin poses, sin preocuparse por tener algo inteligente que decir, siento un poco de envidia, hace mucho tiempo que no me siento a ver una película sin buscarle las virtudes y los defectos. Me pierdo en mis pensamientos y ella me regresa a la realidad agitando sus manos frente a mi rostro, en qué piensas, pregunta, el otro día una amiga me dijo que yo era el “loquito del cine asiático”, digo calculando su reacción, así, que coincidencia, yo también te puse ese sobrenombre, ya lo sé, le digo, ella se queda en silencio, miro mi reloj y es hora de irme, armándome de valor miro a la muchacha y con una voz de niño asustado le pregunto si le gustaría ir al cine conmigo, ella se ruboriza, se coge el cabello, va decir algo, pero llega un cliente y pide una película, la historia se repite con tres personas más, ella los atiende y yo vuelvo a mirar mi reloj, la muchacha nota mi impaciencia y me da una tarjeta personal, llámame, dice.
100 días después
Tres meses de salidas al cine; largas horas esperando, acodado en un mostrador atiborrado de películas piratas; cenas llenas de bromas, de juegos con la comida en un chifa o una pollería; frases tontas, sonrisas torpes, miradas adormecidas; sexo, amor apurado en alguna habitación de un hotel de mala muerte, llegan hoy a su fin. Raquel se va a Chile, a trabajar con su hermana, dice que allá estará mejor. En ningún momento me preguntó que pensaba, es cierto que desde nuestra primera cita ella hablaba de reunirse con su hermana, pero nunca imaginé que partiría tan pronto. Hoy es nuestra despedida, acodado en el mostrador de su puesto de películas imagino la última escena de nuestra historia: en un colorido chifa de la calle Capón cenamos tallarines, luego damos un paseo por el Jirón de la Unión, ella me coge del brazo, avanzamos unas cuadras y se desata una lluvia torrencial, nos refugiamos bajo el alero de alguna casona antigua, nos alumbra un viejo farol, mientras esperamos que pase la lluvia fumamos cigarrillos Winston y exhalamos grandes volutas de humo, no hay palabras, solo miradas cómplices. Un niño jalonea mi casaca y me ofrece caramelos de menta, le compro unos cuantos para que se aleje, miro a Raquel, ella me lanza un beso volado y dice que cierra en diez minutos. Intento imaginar el final de mi escena, pero mis esfuerzos son vanos, algo me recuerda que en Lima no llueve, que quedarse parado en una esquina es exponerse a ser asaltado, que no fumo. Raquel se acerca, me besa y me pide que la ayude a cerrar.
1000 días después
Estoy cansada, creo que me he perdido, no debí extraviar el papel donde anoté el número de pasaje. Hice un viaje larguísimo para conseguir esas películas y parece que fue en vano, sólo quedan dos pasajes, en uno de ellos deben estar los puestos de películas. No me equivoqué, acabo de llegar a un pasaje lleno de estantes y vitrinas atiborradas de películas, un chico de anteojos negros, barba crecida y cabello erizado me mira acodado en un mostrador, me parece simpático, me acerco, le pregunto si tiene películas de Johnnie To, me ofrece un catalogo, todas estas son de cine asiático, dice, paso una hoja, dos y encuentro las películas que buscaba, se las pido, me las entrega, ya tengo que irme, pero me gustaría quedarme a conversar, parece saber mucho de cine. Miro mi reloj y le digo que pienso volver otro día por más películas, no hay problema dice, ¿trabajas aquí todos los días?, pregunto, solo de lunes a viernes, dice, tienes bastante tiempo trabajando acá, vuelvo a preguntar, casi tres años, una ex enamorada se fue del país y me encargó su puesto, responde, miro al chico y me regala una sonrisa triste, mando al diablo mis clases y me apoyo en la vitrina, ¿y cuál es tu director favorito?, no reconozco mi voz en esa pregunta, él se acerca, se apoya en el mostrador y me dice que… ■
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