La más moderna forma de investigación, precios populares
“Julio César ‘Toto’ Flatuletti” Detective privado free lance
Referencia: Déjà vu, ‘Caso Resuelto’Me había comido el garrón.
¿Por qué a mí? —pregunté al infinito ante la angustiosa exasperación del período de ventana.
El Rawson colapsó por la oleada de blenorragia, sífilis, HIV y hepatitis, del mismo venero, con la misma firma: Mamada con dientes hasta la primera sangre y resistencia a entregar el rosquete para forzar el contagio por los mocos vaginales. Al parecer Mariana necesitaba ser reconocida, pero confundiéndose en lo considerado normal.
La dirección del hospital estatal solicitó que investigue gratis. Criminalística tiró carne podrida —El responsable es un travesti del mercado Norte, de los que laburan en Reality Sex (cine porno de la calle tablada) —exclamó uno de los juanes refiriéndose al origen de la infección, y dieron un nombre.¡Como si no los conociera! —Querían los laureles sólo para ellos. Me cuidé muy bien en hablar de Mariana, quien me levantó en la plaza San Martín.
Necesitaba tranquilidad para poder pensar —A La Iglesia Universal. El pastor estaba en la etapa de anotar nombres de atormentados en un papel, meterlos dentro de una pecera con agua y vociferar una plegaria. Todo eso acompañado por fieles que competían gritando para que Dios ayude. Un bolonqui.Fue peor.
A mi cueva. La ‘Máquina de las Circunstancias’ tiró una puntita: Los contagios se producen en plazas, parques y paseos. Me pregunté si sería una empleada municipal protestando por sus condiciones laborales. Nuevamente el déjà vu sugirió otra cosa en forma caótica e incomprensible.
Acabé en el paraíso. Finalizaban los festejos de la reina del salame, Strella había sido acondicionada como un embutido semiótico.Ella era la significante, el salame el significado, o viceversa, no sé muy bien. Aisha había viajado a una wiskería de Bell Ville como esclava sexual recién reclutada por tratantes, cosa que volvía locos a los sojeros, por lo general traía un buen toco. Alba (mi hija) sirvió café y fue a atender a un cliente habitual. Las demás chicas pasaron a cotorrear a un gabinete del segundo piso. En la cocina tuve un par de horas para pensar solo, hasta que volvió Alba con una sonrisa de oreja a oreja. Cualquier prostíbulo es un tsunami sobre cualquier iglesia. Las místicas son privadas.
Sin lugar a dudas Mariana elegía al voleo. Una mente abierta suele no descartar ninguna hipótesis, mi cerebro era un caos realimentándose a si mismo. Para estos casos, lo práctico es más conveniente. Le hice el aguante en espacios públicos aledaños a hoteles por hora o amueblados, Córdoba es una aldea. No había caído la noche del noveno día cuando se sentó a mi lado. La reconocí al toque. Bonita, agradable, rubia platinada a lo Marilyn. Había hecho sus tetas. Trató de seducirme como la primera vez. Me hice el boludo. Al final, cansada de la rutina ‘mosquita muerta’ (esta vez al pedo) Mariana se levantó, fijó con desprecio sus ojos en los míos, sin reconocerme, y cadenciando el culo algo caído, caminó hasta el coche.
Siga ese auto —le dije al taxista —Paramos en una iglesia del centro.
El cura (obeso mórbido) parecía esperarla, sin articular palabra pasaron directo al confesionario. Me cargué de impaciencia hasta que, al fin, acabaron. El primero en salir de la casilla fue él. Una seráfica expresión de tratante que prostituye niños robados al Paraguay iluminaba su rostro. La lujuria del gordinflón incapaz de soltar las riendas de los instintos de abajo, contradecía el gesto. Llevaba un enorme porongo, un paquete de yerba Adelgamate, una botella de naranja Fanta laig de dos litros semivacía y una bolsa con restos de chipacos de grasa y chicharrón. Se fue por el atrio, más transpirado que testigo falso. Ella salió por detrás. Le había dado para hacer una penitencia eterna. Mientras esperaba en el pórtico forjé un plan ¡Minga se la iba a dejar a los juanes! Luego del interrogatorio la llevaría directo al fiscal y podría continuar investigando la abducción de la mujer del agrario de Guiñazú. Estaba quedándome sin lana. Se sorprendió cuando até sus pulgares con un precinto. Caminamos hasta la Galería Norte, no se resistió, al contrario.
Nos quedamos en la planta baja, si la llevaba de nuevo a la cueva sabría quién soy. Tercer grado. Cambié el foco bajo consumo por uno de quinientos directo a los ojos, me calcé la manopla. No sólo el polvo que nos echamos, y su peculiar manera de fornicar, picoteaban mi cerebro. Otro Déjà vu metió aún más perplejidad. Me jugué por Robert Simon, aseguraba que ‘es posible citar muchísimos casos de asesinos sádicos entre hijos de padres divorciados’.
—¿Sus padres son divorciados? —No —respondió espantada. —Esto le va a salir caro —amenacé pensando en la pérdida de su libertad.
—Mi marido tiene mucha plata —respondió —¿Cree que no pago el costo? Nadie regala nada, nada… —y siguió hablando hasta por los codos. Cambió la relación de poder. La falta de resistencia a la detención, y la confesión posterior, me hicieron pensar que necesitaba ser detenida en su accionar delictivo. Meé fuera del tarro. Sin aire, respiró profundo y reanudó la catarsis. Nuevamente me usó de forro sin forro. Comencé a preocuparme por otro contagio de índole desconocida.
Había hecho el primario en un colegio de monjas. Por esa época adhería a votos de pobreza, castidad y servicios. El colegio era preconciliar, oraba en latín por los paganitos de Biafra. Tuvo el propósito de ser misionera. Al entrar a la universidad conoció al que sería su marido: Un chacra con una lechería de cien hectáreas. Le pregunté qué tenía que ver eso con la transmisión de las venéreas.
—Todo comenzó con la despedida de soltera de Julieta, compañera de la facu.
Habían organizado la fiesta en ‘Beep’, un boliche gay de la calle Sucre, día de festival Drag Queen. ‘Beep’ le sonaba y recordó haber sonreído pensando en el ‘Correcaminos’. Sintió desagrado al entrar. Se sorprendió que la barra estuviera atendida por un travesti. Un par de chicas pidieron cerveza, las otras un fernando, la desubicada pidió un destornillador con una lágrima de vodka. Lo sacó de su rutina y el trava se ofendió.
—¡Ay, queridita! —Exclamó —¿Querés desarmarme el boliche?—¿A usted le parece que es forma de contestar? —Protestó buscando mi complicidad.
El logo de ‘Beep’ encendió su memoria. Cuando iba a lavar la camisa del marido, sacó del bolsillo una tarjeta con el mismo dibujo y dirección. Dijo que era un negocio de alarmas para auto y ella, como una boluda, le creyó. Se descompuso por los nervios. Hizo fondo blanco al destornillador buscando relajarse, el travesaño había puesto demasiado vodka, se sintió peor. Mareada, dominó el impulso de escapar, no quería desairar a Julieta.
Descruzó las piernas en forma provocativa y subió la falda sobre las rodillas. Se había depilado, un piercing enlazaba los labios vaginales a la altura del clítoris. Desaté sus pulgares.
A eso de la cuatro de la mañana —continuó —prendieron las luces del escenario y por fin se pudo ver algo más que sombras. Al promediar el espectáculo subieron dos mamarrachos, pintarrajeados, con peluca, botas de plataforma, boa de plumas, pestañas postizas, uñas garras y tanga. Sus cuerpos casi desnudos chisporroteaban con brillitos. Uno de ellos apenas rengueaba (el marido había tenido un esguince en la chacra), sin ese detalle no lo hubiera reconocido. Terminado el cuadro bajaron al túnel, una sala totalmente oscura usada para jugar ruleta rusa sexual (gana el primero que se come la bala). En la barra había decidido su divorcio. Por el túnel decidió hacerse los análisis. No faltaba ningún bicho, le había pegado hasta un parche de nicotina.
Anhelaba vengarse de los hombres. De todos los hombres. Del Rawson caminó a la plaza San Martín pensando que la catedral estaba abierta, era muy tarde. Se sentó en un banco al lado de uno que se dejaba mojar por la llovizna, era yo. El tipo la encaró, aceptó sólo para contagiarlo. Reprimió su educación cristiana. En la más pura barbarie conoció el orgasmo. Seguía sin darse cuenta quién la interrogaba, yo había sido un vehículo de encontradas pasiones.
—Y ya no pude parar —continuó justificándose —hasta ese momento el sexo fue un deber ser, después sólo me preocupaba que mi hija no estuviera infectada.
En un rapto de inspiración pregunté la edad.
—Veintinueve —mintió—¡De la nena!—¡Ah!... Once —respondió.—¿Cómo se llama?—Florencia.—¿Y su marido es sojero? —Tiene campos entre Guiñazú y Jesús María.
¡Momento de epifanía! Había encontrado la esposa del agrario de Guiñazú. Todo cerraba: El primer Déjà vu advirtió que la tal Mariana (nombre apócrifo) era la novia de la foto que me dio la conchuda de Oncativo. Tan producida que sólo la reconoció mi súper yo. Estaba frente una mujer pletórica, florecida. Controlé con esfuerzo la agridulce alegría.
Dejé que continuara su letanía. Prestar la oreja permite modelar una relación como si fuera plastilina. Mientras describía, con pelos y señales, sus experiencias tóxicas me puse al palo. Confesé quién era. Al reconocerme dulcificó los gestos, acarició mi mano. La toqueteé y se mojó. Subimos a la cueva.
No usó los dientes, me prestó el orto, gozamos como locos. Era una madurita voluptuosa, le ofrecí un lugar en el Paraíso. Se encogió de hombros. Agotados, envueltos en brumas de marihuana, evaluamos cómo esquilar al agrario. Demasiadas cosas no cerraban. Seguro que había otros agentes de contagio masivo. Pero mi caso estaba resuelto y no soy la madre Teresa. Pelé un raviol, hice cuatro líneas raquíticas. Era primeriza, quedó volada con menos de la mitad del primer snif. Se preguntó qué es la vida. Me obligó a responder con la verdad —Refriegas en una guerra derrotada por el simple hecho de haber nacido.
Los buenos acabamos viviendo las pesadillas de los malos.
Toto Flatuletti agradece su reenvío.
Córdoba, Abril de 2010
1 comentario:
yo he cachado en un hueco de rufino torrico. puta, qué paja es el centro de lima.
c. briceño
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