5.06.2010
Miscelánea 11
Damas, caballeros, extraños seres. Esta es una muestra más de hasta donde puede llegar nuestra terquedad. Con ustedes una nueva entrega virtual.
PRESENTACIÓN
De apuestas, vacilones y claudicaciones.
ALAMBIQUE DE PAPEL
La Luna, Eielson y la Nasa.
UN PELO EN MI SOPA
Instantáneas (parte II): Imágenes, lo único que tenía de ella eran imágenes.
CON LOS PANTALONES ABAJO
1 de mayo: el Día de la pollada
INSTANTE CERCANO
Aquellos que miras sin ver.
EL CATAVENENOS
De la ácida ternura o Poemas Cotidianos de Karina Valcárcel
RASTROS DE CARACOL
La máquina de las circunstancias.
De apuestas, vacilones y claudicaciones

La Luna, Eielson y la Nasa
Durante la década del 60, el ancestral sueño del hombre de llegar a la luna se vislumbraba como posible. El poeta y artista plástico Jorge Eduardo Eielson no fue ajeno a estas ensoñaciones; tanto así que elaboró el Proyecto Tensión Lunar para el cual envió una carta al entonces jefe del proyecto Apolo para llevar a cabo su proyecto de hacer una instalación artística en la superficie lunar. A continuación la respuesta...
Sr. Jorge Eielson
7, Rue de Lanneau
Paris 5E France
Estimado Sr. Eielson:
El Dr. Muller me pidió que revise su propuesta de colocar en la luna el objeto de arte “Tensión Lunar”. La nave espacial Apolo es muy limitada tanto en peso y volumen como para transportar objetos que no sean los indispensables para la seguridad y el apoyo de la tripulación y lo necesario para llevar a cabo la actividad científica a la que la NASA se ha comprometido. Su propuesta fue de nuestro interés pero no puede llevarse a cabo dentro del plan actual Programa Apolo, debido a nuestras limitaciones existentes. Nosotros en la NASA agradecemos su sugerencia y su interés en el Programa Lunar Apollo.
Atentamente,
Sam C. Phillips
Teniente General, USAP
Director del Programa Apolo
5.05.2010
SABADO 1 DE MAYO: EL DÍA DE LA POLLADA.
“Feliz día del trabajo”. Me saludaron más de una vez este sábado que ya pasó. Y yo webeando. Gracias. gracias, respondía sin saber exactamente por qué. Trataba de evocar a los Mártires de Chicago y era la nada. Trataba de imaginar lo que es tener seguro, estabilidad laboral, un sueldo digno, estabilidad financiera, comisiones, viáticos generosos. Y no había una imagen, ni arengas, ni una mísera emoción en mí. Sonreía nomás; me causaba gracia que me saludaran, y continuaba pensando en el universo de las formas, de los teoremas del absurdo, la inconciencia y la vagancia, la poesía, mi próxima llamada, y hasta un mensajeo furtivo.
Llegó el mediodía, y me “enyucaron” una pollada. Ni reacción tuve para negarme a recibirla, la dejaron en mi pupitre y embalaron.
A los diez minutos viene una niña y pregunta: ¿me dice
Viene un broder, me saluda con un feliz día nuevamente y me cuenta
-¿Vas a ir donde Marquiño?
- No. ¿Qué hay?
- Está haciendo una pollada por su viejita que está mal. Habla ¿Vamos?
- No sé broder, no me ha dicho nada. ¿A quién ha avisado?
- La otra vez bajó al barrio y avisó. Yo voy me como mi pollito con un par de chelas y me quito a una actividad de mi chamba.
- ¿Pollada?
- Sí, causa, es para unas remodelaciones. Ahí la gente de la chamba ya está comprometida, pe’
- Asu, hoy hay como mierda de polladas, won
Entra una niña,
- Joven Jaime, le traigo su pollada de mi tía Chichi.
- Te dije que ya no me traigas.
- Ah, pero mi tía me ha mandado, dice inocentemente
Mi broder se ríe, ahora tengo dos polladas humeantes, doraditas en mi vitrina. Casi no sé como ha sucedido esto. Y recuerdo que el viernes una prima me ha traído una chicharronada, que un amigo me ha invitado para otra pollada prosalud de una amiga en común, y que más tarde una prima nos repartirá ocho polladas en la casa. Entonces o era 1 de mayo, día del trabajo, o era el día de la pollada, o era el día en que la falta de trabajo y recursos financieros nos llama a la solidaridad y al autofinanciamiento. Ya no es necesario dirimirse entre uno y otro adjetivo. Es obvio, al menos para mí, que es lo mismo.
Y a pesar que está más cerca el día de la madre que el pardo y emplumado día del trabajo, huelga decir que todas aquellas personas que estuvieron trabajando el uno de mayo fueron madres que no cejan en su batalla para sacar adelante a sus hijos. Así sensiblero y simplón termino este post, ya que es una irrevocable verdad.
Instantáneas-segunda parte

V
En la clínica encontré al tío Eduardo durmiendo en una silla junto a la cama de Raquel. Tenía el cabello desordenado, el traje desaseado y una pila de papeles con líneas resaltadas y apuntes garabateados a los márgenes descansaba a sus pies. Al ver sus apuntes recordé el día que me botó de su casa. Todo ocurrió una de esas noches en que, con varios vasos de whisky encima, llegué hasta la cama que Raquel para decirle que la quería, que se fuera conmigo, que dejará la miseria que vivía junto al tío Eduardo para que intentáramos algo juntos, fuera del país. Ella una vez más se había negado, cuando volvía a la carga con mis argumentos, el tío Eduardo entró a la casa y desde la sala escuchó toda la escena. Al llegar a la habitación, con mucha calma, empezó a preguntarme por qué hacía eso, él me había aceptado en su casa, me alimentaba, pagaba mi universidad y estaba seguro de que en más de una ocasión yo le había dicho que lo admiraba, que tenía una deuda impagable con él. Envalentonado por el alcohol le dije que Raquel no merecía el trato que él le daba, que no era el intelectual que decía ser, que se había pasado veinticinco años en Inglaterra acumulando títulos y grados académicos para nada, no tenía un solo libro, una investigación publicada y que jamás publicaría nada. Para mi sorpresa el tío Eduardo se quedó paralizado, no atinó a decir nada y cuando quise aprovechar el momento para seguir atacándolo, Raquel me dio dos bófetadas y dijo que me largara, el tío Eduardo recuperó el aplomo y dijo que ya había oído a Raquel. Fui a mi habitación, cogí mis cosas y salí. Para no verle la cara al tío Eduardo deambulé por los pasadizos de la clínica, entré al baño un par de veces y al final decidí comer algo en la cafetería, desde allí, una hora después, vi salir al tío Eduardo. Cuando estuve otra vez en la habitación de Raquel, ella había despertado, miraba todo con ojos ausentes, hablaba con excesiva lentitud y según los informes médicos no reconocía a las personas. “Los fármacos que tomó son muy fuertes, es un milagro que esté viva”, dijo la enfermera de turno.
Meses después de tomar aquella fotografía de la Estación de Desamparados, Raquel se apareció una madrugada en el cuarto que alquilaba en Miraflores. Había pasado más de dos años desde que el tío Eduardo me echó de su casa y al comprobar que era Raquel quién golpeaba mi puerta de manera desesperada estuve a punto de llamar al vigilante para que la botara del edificio. La escena se había repetido: el tío Eduardo la había insultado en el trabajo, delante de los compañeros de oficina, y al llegar a casa la había golpeado. No pregunté cuales eran los motivos de esta nueva agresión, solo hice que pasará, le preparé un mate y escuché su relato. Pese a que no hacía otra cosa que mirarla, mientras la acariciaba el cabello mi mente estaba en otro lugar, pensaba en la mejor forma de alejarme, de romper con esa historia patética con aires de novela mejicana. Durante los dos últimos años había tratado de alejarme lo más que pude, pero esa madrugada Raquel una vez más iba a terminar metiéndome en su tortuosa vida. No quería volver a sentir compasión por Raquel: por compadecerla, por intentar reconfortarla y por querer robarle esas sonrisas que rara vez aparecían en su rostro, años atrás había terminado enamorándome de ella. Sí, me enamoré de Raquel en la casa del tío Eduardo. Ella era uno de los recuerdos más profundos de mi niñez, representaba la libertad, una vida más allá de las rejas del caserón familiar, de la autoridad las normas impuestas por mis padres y su círculo social; la calle con su azar, sus misterios, sus peligros y a pesar de haberla buscado en parques y teatros por más de diez años hasta que por casualidad la encontré en la casa del Olivar, no estaba enamorado de ella. Al conocerla comprendí que todo el tiempo estuve buscando una imagen, una representación. Lo último que vi aquella tarde en el parque Kennedy cuando niño fue a Raquel quitándose el disfraz de cuasimodo para ponerse uno más pesado, más trágico. En el tiempo que viví en la casa del Olivar nunca quiso hablarme de su familia, de sus padres, en alguna ocasión dijo que había nacido adolescente, cuando aprendió a actuar y a tocar el saxo. Algunos fines de semana el tío Eduardo viajaba al interior del país o al extranjero a presentar una ponencia o dictar un seminario de Historia y me pedía que no saliera a la calle, que me quedara acompañando a Raquel. En esos fines de semana; viendo viejas películas de Bruce Lee y Jackie Chan, ayudando a Raquel a preparar pastas insípidas que luego me obligaba a comer, saliendo al mercado de Lince a buscar retazos de tela para que fabricara sus títeres, empecé a sentir atracción por Raquel. En esas noches, al compartir una copa de vino o un vaso de whisky, Raquel se animaba a contarme algunas cosas de su tortuosa relación con el viejo, pero ante preguntas como: porqué le decía doctor en lugar de tutearlo, porqué aguantaba sus gritos e insultos (aún no aparecían los golpes), porqué no se largaba de allí; siempre daba evasivas. Alguna vez, en navidad escuché que conversaba por teléfono con alguien y decía que ella prepararía la cena y llevaría juguetes para los niños, luego salió de la casa y no volvió hasta el día siguiente, cuando le pregunté al tío Eduardo por el paradero de Raquel me dijo que estaba con su familia.
Un año después de salir de la casa del Olivar, aprovechando un viaje del tío Eduardo busqué a Raquel y una vez más le pedí que se fuera conmigo, está vez estaba sobrio, Raquel una vez más se negó y cuando le dije que seguiría insistiendo, ella empezó a insultarme. “No eres más que un mocoso tarado que se ha antojado de la mujer de su tío, un enfermo, disfrutas espiándome para luego correr a fumar y masturbarte en tu cuarto, lo único que quieres es tirar conmigo, pero no te voy a dar el gusto, no eres un hombre, eres un niño, mejor regresa con la cucufata de tu madre y la loca de tu tía”, esas fueron las cosas menos desagradables que dijo y aquella madrugada, mientras Raquel lloraba recostada en mi cama estuve a punto de volver a insistir. Mientras tomaba aire y pensaba en argumentos que esta vez fueran infalibles, Raquel me pidió que le consiguiera pastillas para dormir y algunos calmantes, porque padecía de insomnio y en los últimos días andaba mal de los nervios, “tú estudias sicología, a lo mejor conoces a alguien que pueda recetarme los medicamentos”, agregó. La dejé hablar, prometí conseguirle los fármacos y cuando estuve a punto de decirle lo que pensaba —ya era de mañana—, ella se incorporó, se limpió el rostro y dijo: “ya debo irme, tu tío debe estar preocupado.”
Al salir de la clínica, se detuvo ante el primer quiosco de periódicos que vio, buscó los titulares y ninguno tenía en portada la historia de Raquel. Compró tres diarios sensacionalistas y en el interior de uno de ellos encontró declaraciones de una supuesta tía de Raquel que acusaba al viejo de haber querido matar a su sobrina, la mujer decía que siempre la trataba mal, que la retenía a su lado con chantajes y terminaba su declaración autocompadeciéndose y pidiendo una reparación. Junto a la anterior había otra nota donde explicaban que Raquel había tratado de suicidarse, ya se conocían los nombres de los fármacos que tomo y los investigadores estaban averiguando como los consiguió. Esto último lo alarmó. Es hora de acabar con esta historia no quiero más se dijo. Tiró los diarios a un tacho de basura, buscó en su billetera la llave que le dio el tío Eduardo cando se mudó a vivir a con él y Raquel y se dirigió a la casa del Olivar. Entró sin hacer ruido, espió la sala, el comedor, la cocina y no encontró al viejo. En las habitaciones tampoco estaba, no escuchó ruidos en el baño y empezó a buscar en los cajones de la pequeña cómoda de Raquel, al cabo de varios minutos no encontró nada. Abrió uno de los roperos y encontró el morral donde Raquel guardaba sus títeres, en un bolsillo interior encontró la receta, sacó un encendedor y cuando estaba a punto de quemar el papel, entró el tío Eduardo. “Deberías quemar eso en el jardín”, dijo el viejo; él no atinó a decir nada y salió de la habitación, el viejo lo siguió diciendo que Raquel le contó quién le consiguió los medicamentos, que no estaba molesto con él, que lo estaba esperando porque quería pedirle algo. Al llegar al jardín le prendió fuego al papel, se sentó en una pequeña banca y escuchó al viejo decir: “quiero que regreses a vivir con nosotros, necesito que alguien cuide de Raquel hasta que recupere la salud, cuando esté bien yo me iré y los dejaré solos, ya no quiero hacerle más daño, contigo estará mejor”, cuando el viejo terminó de hablar quiso reírse, pero conteniéndose dijo que solo fue hasta allí porque no quería comprometer al amigo que le firmo la receta. Agregó que no quería saber nada de ellos que se iría a vivir al extranjero. Al salir de la casa se sentía extraño, la idea de irse al extranjero le pareció excelente, instantes atrás lo había dicho sin pensar, pero ahora le parecía que era lo mejor. Siempre había creído que no llegaría a ejercer su profesión, que tarde o temprano, cuando su madre no pudiera hacerlo más, tendría que hacerse cargo de los negocios de la familia y esto terminaría por confirmar que nunca se había atrevido a romper del todo, que solo había vagabundeado un poco por Lima para luego regresar a casa. Sin embargo largarse al extranjero si podía significar una ruptura definitiva.
Hasta que el avión no aterrizó en Madrid no creía en lo que estaba haciendo. Desde el aeropuerto sintió necesidad de llamar a su madre para decirle que había llegado bien y que ahora sí había perdido a su hijo para siempre. Doce horas de vuelo, mucho mar y continentes de por medio y todavía se sentía fuertemente ligado al viejo, a Raquel, a su madre, a su ciudad. Quiso encontrar en una llamada telefónica ese distanciamiento que las horas de viaje no le habían dado y desde el aeropuerto llamó a su madre. Durante la conversación su madre le contó cuanto había pagado a los directores de diarios chichas, para que el nombre del tío Eduardo y el apellido de la familia dejaran de aparecer en sus páginas. También le dijo que Raquel otra vez estaba viviendo con el viejo y en tono de burla agregó: “si otra vez se le ocurre matarse, lo mejor será que no falle”. Él estaba contento, por el hilo telefónico la voz de su madre parecía atrapada en un espacio hueco y desde allí llegaba con debilidad, es la distancia pensó, antes de colgar el teléfono su madre le preguntó qué haría en Madrid. Por decir cualquier cosa dijo que estudiaría fotografía, “eso me parece bien, tu siempre tomaste bonitas fotografías, supongo que no te tomará más de tres años, luego tienes que regresar para hacerte cargo de todo, yo estoy muy cansada…•, respondió su madre, quiso agregar algo, pero él se despidió y colgó. Al salir del aeropuerto buscó un restaurante y pidió un refresco, de su maletín de mano sacó la foto de Raquel que tomo en “Desamparados”, la miró por un tiempo considerable y luego la rompió.
Fin
Aquellos que miras sin ver

Ausculto. Su rapidez depende de las luces, la hora, los seres que van emergiendo. Pregunto: ¿estoy yendo a algún lugar cierto? ¿Es esta media luz del sol la que me levanta?
O es aquella que cuando paseo a mediodía me pone los pies sobre la tierra y me sonríe como lo hacen los colores de las frutas en el mercado,
como lo hacía la bulla del primus cocinando mis alimentos. Como puede hacerlo una niña que vende kiwicha,
como puede hacerlo un pintor,
un huevero de codorniz,
alguna pareja que se dedica a pelar pancas,
o el jalador de pasajeros para el colectivo,
o simplemente aquel me da el desayuno en un esquina extrañamente bulliciosa y apasible.
La vida es multicolor. Que no nos gane la insolación del mecanicismo. Detengámonos a observar quienes cohabitan con nosotros.
A pesar de que sea demasiado rápida.
De la ácida ternura o Poemas Cotidianos de Karina Valcárcel.

por Gladys Mendía
Perú tiene una tradición poética notable, notabilísima, sobre todo gusto mucho de los escritores vanguardistas que supieron dar una revuelta grandiosa al lenguaje, movimiento que hasta hoy influye en las voces actuales de todo nuestro continente.
Hoy día siguen apareciendo versos que nos atrapan en su canto; recuerdo muy bien lo que sentí la primera vez que escuché recitar a Karina Varcárcel (Lima, 1985) porque me hizo conmover hasta las lágrimas con su ácida ternura, con sus versos que uno a uno eran disparos a mi alma y que yo no podía dejar de querer sentir. Inmediatamente reconocí la falta de aliento que deja la poesía, la verdadera poesía. Luego, conversamos algo y me regaló su libro, que atesoré y leí. En cada página el brillo, ese destello de la palabra que nos abraza. Poemas Cotidianos (Editorial CasaTomada, 2008 Lima, Perú) hace que las rutinas diarias salgan de su lugar común y sean una vasta maquinaria de hacer milagros, pequeños/grandes exaltos, asombros, tiernos relámpagos fulminantes. La observación de cada detalle, en forma espontánea, sencilla, transparente; la palabra exacta que define pero no limita por las extraordinarias combinaciones de imágenes, hacen penetrar en el sentido multicolor del alma humana en conversación con el alma de las cosas, de la ciudad, de los seres amados/odiados, y toda esta imaginería provoca en el lector una sintonía tal, que invita a ser esa voz que va sintiendo/diciendo. Late fuerte y arde en Poemas Cotidianos lo femenino en toda su diversidad; por un lado está la madre:
“si no puedo enseñarte geografía
te invento un mapa para escapar de las fronteras protocolares”
La amante “Cuéntame, ¿A qué sabe mi piel con escalofríos?” La hija, “Mi mamá nunca me corrigió de chiquita, ahora soy poeta”. Y hay muchas más, son todas las mujeres en todas sus versiones/transgresiones:
“…regresemos a la etapa oral de las cosas y seamos infinitos,
mezquinos
amantes
en sueños
porque al amanecer será lunes nuevamente.”
Atención: LA MÁQUINA DE LAS CIRCUNSTANCIAS
