El evento inicia a las 5:45. Piscos de honor

4.07.2010

Instantáneas - Primera parte


Por Adán Calatayud


I


Ignoraba cuánto tiempo llevaba sin detenerse ante un quiosco de periódicos para leer los titulares. Esa manía nacida en la adolescencia, luego de comprobar que nunca podría leer ni el veinticinco por ciento de un diario y que por lo tanto no había razón para comprarlos y llenar su escritorio de papeles que con el tiempo se teñirían de amarillo y le harían recordar la vieja biblioteca del caserón familiar en La Molina Vieja, llena de periódicos de mitad de siglo y libros de derecho, donde arropados con un abrigo de lana y fumando una pipa anacrónica, pasaron la mayor parte de sus vidas su abuelo y su padre; regresó una mañana de los primeros días de enero. Cuando llevaba recorridas unas cuantas cuadras de Larco y empezaba a sudar se aburrió del jueguito ese de asociar cada cosa que pasaba ante sus ojos con las letras y melodías de las canciones que los audífonos del reproductor de compactos hacían estallar en sus oídos. El juego del videoclip en vivo y en directo, en cinemascope, perdió vigencia, pensó. Tenía que suceder así, hace mucho había cumplido su ciclo, era un recurso tan de adolescente, tan MTV, que en la actualidad apenas era útil para soportar el tráfico infernal de las calles del centro de Lima. Apagó el reproductor, se quitó los audífonos y se acercó al quiosco de periódicos del cruce de Larco con 28 de Julio. DRAMÁTICA SE PEPEA POR TECLO BILLETÓN, fue lo primero que leyó al acercarse a la sección de diarios chichas. Letras rojas, sombreado en negro, sin adornos, en altas, en un tamaño enorme: un titular de diario sensacionalista que él no terminaba de entender. Más abajo, una fotografía a lo ancho de la página donde unos enfermeros empujaban una camilla que transportaba una mujer inconsciente, en una esquina, en un recuadro pequeño, el retrato de Raquel, tal como se le veía en su documento de identidad. Entonces empezó a dudar entre mirar las fotografías, tratar de descifrar lo que decía el titular o salir corriendo de allí. Abría y cerraba los ojos, retrocedía unos pasos, tomaba aire, trataba de respirar con normalidad, contenía el aire, regresaba a mirar la portada del diario, se rascaba la cabeza, se mordía los labios, se cogía el rostro y no dejaba de pensar: es mi culpa, es mi culpa.


II


¿Cuántos años tenías?, ¿diez, once? Es muy difícil que puedas recordarlo todo con exactitud: tu edad, la ropa que vestías, como llegaste a ese lugar luego de escapar de la custodia de la tía Paula, el revuelo que se armó en la casa cuando se enteraron tus padres, nada de eso recuerdas y cuando en alguna reunión familiar la tía Paula contaba la anécdota, lo único que aparecía una y otra vez en tus recuerdos, cual si fuera una escena vivida apenas segundos atrás, eran los disfuerzos, las muecas, las contorciones de brazos, piernas y espalda que hacía Raquel para ser idéntica a la imagen que los dibujos animados ofrecen del Jorobado de Notredam. Claro, en ese instante no sabías que era una chiquilla de aproximadamente dieciséis años la que llevaba puestas unas zapatillas caladas, que vestía un pantalón negro hasta las canillas y que bajo su poncho marrón unas esponjas simulaban la joroba, tampoco que su nombre era Raquel. La función terminó, el jorobado se metió tras un biombo y luego apareció una muchacha de rostro blanquísimo, de mediana estatura, ágil, divertida, con la piel tan suave y delicada que parecía imposible que minutos antes hubiera deformado su rostro una y mil veces para encarnar a Cuasimodo. Que caminaban por Shell y que cuando la tía Paula se detuvo a comprar un helado saliste corriendo quién sabe a dónde, que luego de buscarte por un par de calles te encontró sentado en una de las gradas del pequeño anfiteatro del parque Kenedy contemplando una función de teatro callejero, que la tía Paula no pudo sacarte del anfiteatro y tuvo que sentarse contigo hasta que terminara la función; todo eso es parte de la historia que la familia conoce, pero nadie sabe que esa tarde, luego que la tía Paula te llevara a casa, iniciaste una búsqueda que duró más de una década y terminó cinco años atrás, en la casa del tío Eduardo.


III


El abuelo era abogado, tu padre, su hijo mayor, era abogado; tú, el hijo mayor de tu padre, serás un gran abogado; serás como tu padre y tu abuelo. Palabras textuales de mamá, de la abuela, ¡como les encantaba programar mi vida carajo!, pensó. Qué cara habrán puesto mamá y la tía Paula al enterarse por la televisión, o el periódico, si es que alguno de los empleados les mostró uno de esos diarios que no se leen en la casona de los abuelos. Para ellas y la abuela, si estuviera viva, claro; lo que estaba pasando eran las consecuencias del libertinaje, del desapego a la normas, a la tradición familiar del tío Eduardo; que su espíritu vagabundo y cosmopolita del que siempre hacía gala lo había llevado a estos extremos: vivir en pecado con una mujer que no era de su condición y que además podría pasar por su hija. ¡Recién ahora entiendo porque nunca pude escribir un cuento, un guión de teatro, carajo! Intento hablar, pensar como ellas y me salen esas frases hechas, cuál es el problema ¿escrúpulos, por ellas, por ella? En más de una ocasión has oído decir a mamá: zorra, puta barata y un sinfín de insultos más cuando se refería a Raquel. Y cuando bordeabas los quince o dieciséis años en más de una ocasión escuchaste a una tía Paula entrada en tragos decir: no papi, con esa huachafita ni para que debutes, consíguete una a tu altura. ¿Por Raquel entonces? Tampoco lo sé, me expulsó de su vida con las palabras más duras que me han dicho jamás y luego como si no hubiera pasado nada me buscó para que la ayudara a conseguir los fármacos que la han dejado en ese estado, pensó.


IV


Imágenes, lo único que tenía de ella eran imágenes. La última era premonitoria. Vestía de negro, andaba en zancos y tocaba su viejo saxo; su séquito de niños se había retrasado y él pudo fotografiarla sin escolta. La tarde moría y el cielo era amarillo, el nombre del lugar aumentaba el sino trágico de la imagen: “Estación de desamparados”. Exactamente la parte posterior de la estación, a unos cuantos metros del “Parque de la Muralla”, desde allí había venido hipnotizando a medio centenar de niños con las melodías tristes de su saxo, antes de que diera media vuelta y emprendiera el retorno, él disparó. Esa fotografía era una de las pocas imágenes que existían en un soporte distinto al de los recuerdos. Pero aunque existía una copia en papel que hacía del momento un hecho real, la imagen se transformaba cuando él trataba de recordar si la melodía que salía del saxo era una vieja cumbia o una guaracha. Existían algunas instantáneas más, todas tomadas en la casa del tío Eduardo, pero las imágenes más importantes eran solo recuerdos. Los más importantes eran dos: en el primero un asistente retira un biombo y aparece Raquel, en el parque Kenedy, luego de interpretar a cuasimodo. En la segunda él llega a la casa del tío Eduardo, en El Olivar, huyendo de casa luego de una pelea con su madre y se encuentra a Raquel, semidesnuda, tocando su saxo en la sala de la casa.


Continuará

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