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(Para Javier Neira)
(Para Javier Neira)
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Alguien nos dijo
que éramos demasiado locos
para sostener nuestros cuerpos
en esta tierra
de vibraciones espontáneas.
Nos lo dijo mirando al cielo.
Tú continuaste abriéndote camino
con cierta risa de pájaro
que no podías ocultar
ni en los momentos más difíciles.
Yo seguía creyendo que ser poeta
era traer a los hombres
un mensaje de esperanza.
Ambos insistíamos en esta especie de locura,
de necedad,
de infame tontería
que es soñar
la victoria de los campesinos,
de los humildes,
de los desgarrados.
Tu soledad ejemplar
te permitió revelarte
ante el imperio inaudito de la muerte.
Ella quiso besarte el cuello,
desgarrarte en un estallido de polvo.
Tú le devolviste el gesto
con tres piedras en la mano.
Saliste victorioso.
Esta hazaña que guardo en la memoria,
como quien desea saber del futuro
en el momento exacto
en el que la Era se agota,
es para mi como una suerte de Arquetipo.
Desde el cuerpo de mi amada,
contemplo tu sonrisa
y me lanzo al abismo de tus ojos,
como quien reconoce en una mirada,
la complicidad necesaria
para soñar nuestro destino,
fijado irrevocablemente.
Celebro entonces las huellas del tiempo
en tu rostro
y esta extraña convicción
de que la vida se justifica,
de que la existencia es un soplo
en el que somos accidente y camino.
Respirar es ya toda una aventura,
en estos parajes
donde los molinos de viento
nos venden bisuterías
con los estados alterados
de nuestra propia tierra.
Los muertos que aguardan silenciosos
bajo el instante roto
de nuestros pasos,
son la memoria y el tiempo.
Pronto sabremos los dos,
cómo enfrentar esa extraña forma de libertad
que es el amor por los hombres
y por la inmortalidad de los pueblos.
Para ello la vida
nos va enseñando
el lazo frágil que la sostiene
cuando nos conformamos
con el triste oficio
de sobrevivientes.■
que éramos demasiado locos
para sostener nuestros cuerpos
en esta tierra
de vibraciones espontáneas.
Nos lo dijo mirando al cielo.
Tú continuaste abriéndote camino
con cierta risa de pájaro
que no podías ocultar
ni en los momentos más difíciles.
Yo seguía creyendo que ser poeta
era traer a los hombres
un mensaje de esperanza.
Ambos insistíamos en esta especie de locura,
de necedad,
de infame tontería
que es soñar
la victoria de los campesinos,
de los humildes,
de los desgarrados.
Tu soledad ejemplar
te permitió revelarte
ante el imperio inaudito de la muerte.
Ella quiso besarte el cuello,
desgarrarte en un estallido de polvo.
Tú le devolviste el gesto
con tres piedras en la mano.
Saliste victorioso.
Esta hazaña que guardo en la memoria,
como quien desea saber del futuro
en el momento exacto
en el que la Era se agota,
es para mi como una suerte de Arquetipo.
Desde el cuerpo de mi amada,
contemplo tu sonrisa
y me lanzo al abismo de tus ojos,
como quien reconoce en una mirada,
la complicidad necesaria
para soñar nuestro destino,
fijado irrevocablemente.
Celebro entonces las huellas del tiempo
en tu rostro
y esta extraña convicción
de que la vida se justifica,
de que la existencia es un soplo
en el que somos accidente y camino.
Respirar es ya toda una aventura,
en estos parajes
donde los molinos de viento
nos venden bisuterías
con los estados alterados
de nuestra propia tierra.
Los muertos que aguardan silenciosos
bajo el instante roto
de nuestros pasos,
son la memoria y el tiempo.
Pronto sabremos los dos,
cómo enfrentar esa extraña forma de libertad
que es el amor por los hombres
y por la inmortalidad de los pueblos.
Para ello la vida
nos va enseñando
el lazo frágil que la sostiene
cuando nos conformamos
con el triste oficio
de sobrevivientes.■
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© Fernando Vargas Valencia (Bogotá, 1984)
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