El evento inicia a las 5:45. Piscos de honor

7.25.2008

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sketch or die. tomado de Las historias de Eduardo de Yaguas)

por Adán Calatayud
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Maldito día el de hoy, cien, mil veces maldito. Desperté cerca de las once de la mañana en mi cuartucho de dos por dos, salté del sofá-cama con un hambre atroz y me dirigí a la cocina, allí el panorama era desolador: nada comestible en el refrigerador ni en la despensa. Sólo me quedaba una cosa por hacer: desayuno-almorzar en el café-restaurante de la esquina para reponer energías y seguir con el día o dejar que el día pase mientras uno intenta hacer algo útil. Antes de salir a la calle pasé frente al espejo de la sala-comedor y vi a un hombre de cuarenta años terriblemente desaliñado, ese no soy yo, me dije, puedo ser desaliñado, pero no tengo cuarenta años. Cuando me dirigía al baño-lavandería para quitarme la barba de simio que cubre mi rostro sonó el teléfono: un compañero periodista, con el que venía trabajando en una investigación, tenía dos noticias para mí. Una buena y una mala, cholito, cuál quieres oír primero, preguntó; dímelas en el orden que quieras, tengo mucha hambre y todavía no desayuno, dije con aburrimiento; la buena es que publicaron nuestra investigación, dijo feliz; pero si todavía me faltaba corroborar algunas fuentes, cómo ocurrió, pregunté; me llamaron del periódico por que tenían dos páginas libres, esto no ocurre muy a menudo y tuve que decir que ya, agregó; bueno por ese lado tienes razón y cuál es la mala, dije con interés; que tuve que firmar yo, el editor del periódico no me dio tiempo para llamarte, no creas que me quise llevar el mérito solo, fueron las circunstancias, dijo acaramelando la voz; hijo de puta, le grite por el auricular; quiso decir algo más, pero cuando le menté la madre por segunda vez, colgó. Mi estómago hizo un ruido extraño y me dirigí a la calle. En el camino se me ocurrió comprar el periódico para ver si al menos habían puesto mis créditos como fotógrafo y me dirigí al quiosco más cercano. En el primer puesto de periódicos se había agotado, en el segundo igual, en el tercero lo mismo, sólo me quedaba buscar el periódico en un supermercado, pero el más cercano estaba a media hora de camino y mi estómago volvió a crujir: tenía que comer cuanto antes y me dirigí al café-restaurante. Al llegar todas las mesas estaban ocupadas y tuve que sentarme frente a un anciano que se sacaba pelos de la nariz, pedí mi acostumbrado bistec a lo pobre y a los cinco minutos llegó un tipejo desarrapado que sin pedir permiso se sentó en mi mesa, el anciano lo miró y empezó a sacarse pelos de la oreja mientras tomaba su sopa. Estaba demasiado furioso como para aguantar algo más y cuando estuve a punto de pedirle que se largara, el susodicho sacó de uno de sus bolsillos posteriores el periódico que yo había buscado hacia algunos minutos, lo estiró y se puso a leer. Devoré mi entrada y esperé a que le trajeran su comida para pedirle prestado el periódico. El tipejo pidió una sopa y tallarines verdes con hígado frito. Cuando le trajeron la sopa, con la mano derecha puso el periódico a la altura de sus ojos y con la izquierda se llevaba cucharadas de comida, la escena me pareció absurda, pero me dije que cuando trajeran sus tallarines seguramente dejaría el periódico y que en el tiempo que demoraría la preparación de mi bistec podría ojear mi reportaje. Cuando llegaron sus tallarines cambió de página y volvió a poner el periódico frente a sus ojos y usando el tenedor con una habilidad magistral hizo un rollo con el hígado frito y lo engulló sin mirarlo, hizo lo mismo con los escasos fideos de su plato, luego bebió su refresco, pagó la cuenta y salió a toda prisa del lugar; yo quedé tan sorprendido que no atiné a decir nada. Al minuto llegó mi bistec y lo comí con desgano, me dije que lo mejor sería ir a casa a seguir durmiendo. Mientras abría la puerta se me ocurrió que de seguir con la rutina, tarde o temprano terminaría haciendo lo mismo que el sujeto de los tallarines y empecé a imaginarme limpiando mis dientes a la vez que me vestía, escribiendo mis notas sentado sobre el inodoro, ingiriendo un desayuno-almuerzo-cena y me dije que debía hacer algo para terminar con esta situación: nunca más compartiría una investigación a menos que fuera inevitable tener compañero; sería fotógrafo o reportero, nunca los dos a la vez; compraría una cama para dormir, un mueble para leer, me mudaría a un lugar con una habitación, una sala, un comedor, cocina y baño independientes; desayunaría, almorzaría y cenaría. Todo eso estaba bien, pero el problema estaba en cómo conseguiría dinero para todo eso, no quise pensar más y me dormí.


Hace algunos minutos me despertó el teléfono: mi “medio” hermano me proponía entrar “a medias” en un negocio que no tiene pierde, la plata está botada, dijo; mientras hablaba empecé a imaginarme comiendo tallarines verdes a la vez que leía el periódico y le dije que lo pensaría y lo llamaría. Desde que colgué han pasado más de veinte minutos y no puedo dormir por temor a soñar con el hombre de los tallarines.
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