El evento inicia a las 5:45. Piscos de honor

1.29.2006

Detrás de la Fila


Por Adán


Pedro entró a la sala y prendió el equipo de sonido, sintonizó su emisora favorita, se aseguró de que estuviera sonando una canción que fuera de su agrado y se recostó en el viejo sofá. Con la cabeza apoyada sobre la cruz que hacían sus brazos y los ojos entrecerrados tarareaba una canción. “Seguro que ese huevón está escuchando Radio América”, pensó. Era domingo y Alberto le había dicho en la semana entre bromas y groserías, mientras discutían, como siempre sobre sus gustos musicales, que en la radio iban a pasar un especial de más de tres horas de Charly García y Sui Generis. “No sé Alberto, ese tío no me vacila; está cagao, es un fumón”, respondió Pedro. “Entonces no puedo ir a tu casa para grabar el especial en tu nuevo equipo”, dijo Alberto. “Podemos escuchar otras cosas”, Pedro trataba de conciliar, “el otro día en la madrugada grabé sin interrupciones un especial de rock peruano”. “Yo voy a grabar el especial sí o sí”, Alberto movía la cabeza negativamente, “otro día iré a tu casa, pero pásale la voz al gordo, a paja, al orejón, seguro que ellos si van”.

El volumen de la radio estaba bajo. “Los especiales de Radio América, 94.3”, decía una cuña radial, de inmediato sonó la primera canción. Se activó un lucecita roja al costado de una de las caseteras. Recostada sobre su cama, boca abajo, apoyando el pecho sobre una almohada, Jaky intentaba leer Los Miserables. Las trescientas páginas de su edición resumida para escolares la abrumaban; si no fuera una tarea obligatoria la elaboración de un resumen del libro no lo estaría leyendo. Había aprovechado que se encontraba sola en casa para llevar a su cuarto la vieja radio grabadora de su padrastro, y la había puesto sobre una pequeña cómoda que estaba contigua a su cama para poder detener o iniciar la grabación del programa que estaba escuchando. Conforme el locutor anunciaba los nombres de las canciones que iban a ser pasadas, Jaky detenía su lectura y hacía anotaciones en una libretita forrada de cuero negro que luego ponía bajo su pecho. Canción para mi muerte. “Qué nombre más triste, y ese otro ¿cómo era?, ah ya Tribulaciones de un tonto rey imaginario… y no sé qué cosas más, me estoy arrepintiendo de grabar esto, por puras tonterías estoy malogrando mi casete de salsa”, dijo en voz alta haciendo una mueca de disgusto. Quiso apagar la grabadora, pero se contuvo y cogió el libro que había dejado en el suelo.

El salón de clase era uno de los más feos del pabellón. “Entonces, cuándo van a mi casa para que vean el equipo”, dijo Chino. En muchas partes de las paredes los estragos provocados por el salitre dejaban al descubierto el color ocre de los ladrillos. “¿Es verdad que tiene bandeja para cinco compactos?”, preguntó Paja. En las partes donde todavía quedaba algo de pintura los chicos habían hecho dibujos obscenos, dibujado las insignias de sus equipos favoritos, y escrito sus nombres y los de sus enamoradas. “Y cuatro mil vatios de potencia”, Chino hablaba orgulloso. Las chicas habían pintado corazones y escrito letras de canciones «romanticas». “Mejor a jugar nintendo y después vamos a buscar a las chicas para hacer hora”, Will sonreía y en sus ojos había un brillo malicioso. Las ventanas eran grandes y representaban la continuación del muro que se alzaba sólo hasta el metro y medio de altura, estaban dispuestas del lado derecho. “Ya, está bien, ustedes juegan y yo escucho el disco de Andrés Calamaro que me acabo de comprar”, dijo Alberto. A inicio de año los cristales siempre estaban completos, pero a estas alturas del año, setiembre: «el mes de la juventud», de los seis solamente quedaban dos, por entre ellos los chicos en sus juegos arrojaban los cuadernos, los lapiceros y hasta las mochilas de sus compañeros a los jardines que rodeaban a los salones. “¡Pero ¿Cuándo?!”, el Japonés había alzado la voz. La pizarra era negra y había sido agujereada por los alumnos en más de una ocasión. “Nos invitarás chifa ¿no?”, el gordo reía y se acariciaba el estomago. Las anotaciones que hacían los profesores con tiza blanca a veces se confundían con los escritos hechos con líquido corrector por los alumnos. “¿El viernes a las tres te parece bien?”, respondió Alberto. En un rincón, una caja de leche forrada con papel de regalo hacía las veces de tacho de basura. “Por mí está bien”, dijo César. La puerta, que en otros años era de madera, fue cambiada por una de metal que más parecía pertenecer a una celda que a un aula de colegio. “Entonces el viernes”, Chino parecía complacido, “a las…”, “¡Silencio, cuento tres y están sentados”, el auxiliar, un tipo alto y gordo, desaliñado, entró al aula gritando, tenía el rostro inflamado, golpeó una carpeta con su bastón. En menos de dos segundos los alumnos que habían estado conversando en grupos al interior del salón se dispersaron y ubicaron en sus respectivos asientos. Cuando se retiró, en el aula no respiraba ni una mosca.

“¿Tú que vas a leer?”, había preguntado Jaky. “Yo quería leer Cien Años de Soledad, pero la profesora no quiso, me mandó a leer Crimen y Castigo” “Y qué tal” “Está bien chévere, tuve suerte por que ya la había leído antes” “Y a ti que te mandaron a leer” “No me mandaron, yo escogí Los Miserables” “De qué trata” “Recién voy a empezar a leer, pero una amiga me dijo que hay un personaje que se llama Mario y que se parece al chico que me gusta, ups!”, Jaky se había ruborizado, por unos segundos permaneció en silencio. Yud la contemplaba, buscaba sus ojos. Para romper ese silencio cómplice que empezaba a impacientarla, Jaky preguntó de forma atropellada: “Y... ¿y de qué trata tu libro?” “De un tipo que está medio loco, que mata a una vieja por hacer un bien a la humanidad, o algo así. Se parece a mí” “¿Tú quieres matar a alguien?”, Jaky parecía asustada. “No” “¿Entonces?” “Yo también estoy medio loco” “Ah… eso sí es cierto” “Gracias”, se miraron a los ojos y empezaron a reír, en cuanto se contuvieron, Jaky, con mirada interrogativa dijo: “¡Ah… ya! ¡Casi me olvido!, ¿Por qué en la formación siempre me estás mirando?” “¿Yo?, ¿cuándo?” “No seas cínico, ¿crees que no me he dado cuenta?” “Estás segura, no será que tú me miras a mí y te parece todo lo contrario” “¡Qué conchudo!”, en el rostro de Jaky se dibujo una sonrisa coqueta. “No, estoy bromeando. Sí te miro, pero no siempre, sólo a veces, lo que pasa es que como soy alto miro de frente hasta el fondo de la formación de las chicas, y como tú eres la más alta de las mujeres te veo a ti” “Pero si Roy es el más alto por qué te pones detrás de él” “El gordo es mi pata y como le gusta conversar con Caradura y el Viejo, que siempre están antes que yo, dejo que se ponga delante de mí; además, me hace un poco de sombra”, volvieron a reír. “Chévere hablar contigo, después seguimos conversando, quiero que me cuentes cómo termina Crimen y Castigo” “Ya, yo te cuento, no te preocupes”, Jaky se fue a su sitio, el profesor de filosofía acababa de ingresar al aula, tarde como siempre.

Fue Will quien los recibió. Chino desde un rincón de la sala gritó: “Púdranse malditos, dijeron a las tres y ya casi son las cinco”, los recién llegados se rieron. César, Alberto y Roy saludaron al Orejón y se sentaron en el sofá. Will se dirigió al lugar en el que estaba Pedro, el dueño de la casa. La sala era pequeña, además del viejo mueble desvencijado, había una mesita de centro y sillas de madera y sillas de madera; de las paredes sin pintar pendían corazones del día de la madre, corbatitas y cigarros de cartón, botitas de «papanoel» y un cuadro grande del corazón de Jesús; frente al mueble, pegado a la pared, sobre una cómoda vieja, estaba el televisor; en un rincón, reluciente, descansando sobree una mesa improvisada, el equipo de sonido desentonaba con el lugar. Sin esperar mucho, Alberto sacó un disco de su mochila y se lo dio a Chino. “Ponlo al toque”, dijo. Will, interrumpiendo su juego de nintendo, pregunto: “¿es original?, ¿dónde lo compraste?, ¿cuánto te costó?” “No, es una copia, en las galerías que anuncian en Doble Nueve, “¿cómo se llaman?”, Alberto frunció el seño tratando de recordar, “ah ya, Galerías Brasil”. “Cómo llegaste si tú no conoces el centro, siempre que salimos nos estas preguntando los nombres de las avenidas”, había dicho Chino en tono burlón. “Pero no queda en el centro, queda por Jesús María”, César salía en defensa de su compinche de toda la vida. “Tú como sabes”, Pedro seguía con la preguntadera. “Nos llevó mi hermano el viernes pasado, es fácil de llegar tomas un solo carro”, Alberto sin incomodarse trataba de satisfacer la curiosidad de su amigo, “la línea cuarenta y seis te deja en la puerta de la galería”, agregó. “También venden pósters, vídeos, ropa y películas”, dijo Paja. “Y qué películas, ¿rojas?”, había preguntado el gordo como cada vez que alguien hablaba de cine. “Hay que juntar plata para ir en mancha a ver que nos compramos”, dijo Will interrumpiendo una vez más su partida de Mortal Combat. “Sí”, dijo Chino, “de aquí a un mes ahorren el pasaje, trabajen, hagan lo que sea pero consigan plata. “Ya pero pon el disco que hace rato me estás paseando”, Alberto se hacía el enojado.

“¿Me invitas uno?”, preguntó Jaky. “Claro, pero si te sientas a conversar como la otra vez que se demoró el profe” “Cuéntame en qué termina Crimen y Castigo” “En que Yo, perdón, Rodia...”, Jaky soltó una carcajada y le pidió que continuara, “como te decía, Rodia es desterrado a Siberia a cumplir trabajos forzados y…” “¿Se va solito?, en una película vi que ahí hace mucho frío” “No se va, lo llevan a la fuerza, pero no está solo, para allá también van su mamá, su hermana, su mejor amigo y Sonia” “¿Quién es Sonia?, no me habías hablado de ella” “Sonia es una chica de la mala vida, hija de un amigo de Yud, perdón Rodia, que murió” “Por qué de la mala vida: ¿es jugadora?” “Peor que eso, Sonia era una prostituta a la que Rodia ayuda cuando muere el padre de ésta, después él le cuenta del asesinato de la vieja… y ella le pide que se entregue… y le hace leer la Biblia… y luego terminan enamorándose, y por eso lo acompaña en el destierro” “Qué bonito final, aunque ella sea eso que dijiste, seguro que lo ayudó bastante… Me ha gustado el libro. En vacaciones lo voy a leer, después me lo prestas” “Para mí el único defecto es ese rollo de la Biblia y la religión” “Me olvidaba que eres ateo, te vas a ir al infierno”, Jaky, sonriente, hacía cruz con sus índices a la altura del rostro de Yud. “Rodión pagó sus culpas en Siberia y yo pagaré las mías en algún otro lugar terrible, pero para tu desdicha no va a ser en el infierno por que no existe, son puras tonterías de los curas para asustar a la gente y...” “Varias veces me has hablado de tus culpas, no me gusta que hables así, a veces me das un poquito de miedo” “¿De verdad te doy miedo?” “No mucho, tú me caes bacán, prefiero que digas que estás loco a que hables así” “Pero soy un loco con culpas” “Mejor hay que hablar de otra cosa”, Jaky había hecho un gesto de incomodidad. “Está bien” “Dónde compras estos melocotones tan grandotes y tan ricos” “Mi tío cuando trabaja por Lima trae todos los sábados unos cinco Kilos, yo los lavo y los guardo en el refrigerador y así tenemos para toda la semana, como sólo somos tres: mi hermano, mi tío y yo” “Entonces cada vez que tu tío te compre duraznos me traes uno, es mi fruta favorita” “La mía también” “¿Y tu comida favorita?” “El ceviche y el ají de gallina me encantan” “A mí no me gusta el pescado”, dijo Jaky arrugando la nariz, “mi comida favorita es el pollo a la brasa” “Te ves muy bonita cuando arrugas la nariz” “¿Yo arrugué la nariz?” “Sí” “¿Cuándo?” “Hace un momento cuando dijiste que no te gusta el pescado” “¿Sí?, no me di cuenta” “También me gustas… me gusta verte comer los duraznos”, Yud se había ruborizado y miraba el suelo, Jaky sonreía coquetamente y temiendo que Yud optara por irse avergonzado hizo como si no hubiera pasado nada y para cambiar de tema preguntó: “¿Vas a jugar en el campeonato?” “Sí” “Los partidos van a ser los sábados, ¿no?” “Sí, ¿Vas a venir a vernos jugar?” “¿Quieres que venga a verte?” “Claro… es decir al equipo” “Ya pues voy a venir”.

Yud se despidió de sus amigos en la esquina y con paso apurado empezó a caminar en dirección a su casa. “¿Qué ropa me debo poner?, ¿de qué le debo hablar? Si le digo al gordo o a paja mañana me estarían molestando en el salón, si tan sólo estuviera mi hermano”, pensó. Sacó su llave del bolsillo y al girarla para abrir la puerta se dio con que estaba abierta. “Bien”, se dijo. “¡Ya llegué Manuel!, hoy no tuviste clases en la universidad”, dijo en voz alta. “Tu hermano no está”, dijo su tío saliendo de la cocina, “la comida ya está lista, cámbiate para servir.” Durante el almuerzo Alberto preguntó: “¿por qué te regresaste del trabajo?” “No había material, la señora se olvidó de comprarlo. Voy a tener que terminar de asentar las mayólicas el domingo”, su tío levanto la vista del plato y miró a Alberto. “Necesito que me ayudes” “No puedes terminar la chamba el lunes”, dijo Alberto contrariado, “Me ha salido el techito de una vecina y le he dicho que voy a comenzar el lunes. Tengo que cargar maderas, llevar mis herramientas, voy a buscar un ayudante. Tu hermano está en exámenes.” “Está bien, más tarde voy a salir, tengo que hacer una tarea en casa de un amigo, necesito pasaje”, dijo Alberto. Luego de comer durmió una hora y empezó a alistarse. Al cabo de media hora se decidió por un jean celeste, clásico, un polo negro con estampado de Charly García y sus botines marrones. “Mi look rockero”, pensó. Metió en su mochila casetes que había grabado de la radio, un cuaderno y un par de libros. Tocó la puerta despacio, miró sus manos y no le estaban sudando, eso era bueno. Una mujer mayor se asomó por un agujero en los cristales. “¿A quién busca?, preguntó. “Soy compañero de Jaky”, Alberto trataba de estar sereno. “Vamos a hacer una tarea” “Pase”, la mujer abrió la puerta y salió a la calle. “Tome asiento, ahorita sale.” Alberto se sentó en el sofá y se puso a hojear sus libros. Jaky apareció de tras de unas cortinas, se acercó hasta él y le dio un beso en la mejilla. “Hola, pensé que ya no venías”, dijo bromeando. “Me quedé dormido”, Alberto se rascaba la cabeza y no le quitaba la mirada de los ojos. “Trajiste tus casetes”, preguntó Jaky. “Pon uno mientras escribimos” “Este es de un especial de los Rollings Stone que grabó mi hermano hace tiempo”, Alberto mostraba orgulloso una vieja cinta llena de garabatos. “Mejor pon algo en español”, Jaky arrugó la nariz. “Espero que te guste este”, Alberto sacaba un nuevo casete, no menos viejo y maltratado que el anterior, “Aquí tengo bandas de Argentina, México, Chile y España.” “Cuál es tu grupo favorito”, pregunto Jaky. “Se llama Sui Generis, pero el casete que tenía lo puse en la radio y se tragó la cinta”, Alberto sonreía y movía los hombros resignado. “El domingo en radio América hay un especial de mas de tres horas de ese grupo y Charly García. Pero no lo voy a poder grabar porque tengo que trabajar con mi tío”, Jaky movió la cabeza comprensivamente, y dijo: “Hay que hacer los resúmenes de la novela al toque porque ahorita viene mi hermana y se achora.”


*****


Flaca no me claves tus puñales/por la espalda/tan profundos/no me duelen/no me hacen mal/ A quién te recordaba esa canción además de ti en tu época escolar, era alguien más; no eran ni Chino ni Paja y mucho menos el Orejón o el Gordo /Entre no me olvides me alejé nuestros abriles olvidados en el fondo del placar del cuarto de invitados /La canción está a punto de terminar. Es Jaky el nombre que buscas, ahora es su imagen de niña inocente y traviesa la que vuelve a tu mente una y otra vez. Sentada en tu carpeta con las piernas cruzadas, meneando uno de sus pies, con el cuerpo inclinado hacia atrás, mordiendo un durazno, preguntándote qué es lo que más te gusta hacer, cuál es tu canción favorita, qué vas a hacer cuándo termines el colegio, si tienes enamorada, si alguna vez le escribirás un poema como los que ella descubrió en tus cuadernos... No te ves en esa imagen, pero de alguna parte llega tu voz para responder que vas a ir a la universidad, que quieres ser antropólogo, que tu canción favorita es esa que acaba de sonar en la radio y que la quieres y que escribirás libros enteros dedicados a ella, Jaky sonríe, se acerca hacía ti y te abraza. Luego, a la salida del colegio, ambos caminan de la mano, la acompañas unas cuadras cerca de su casa, y tras un árbol, aprovechas para robarle un beso, ella te abraza y se despiden, ella se aleja y a su paso la calle parece iluminarse, el invierno de Lima parece ser menos gris /También he sido un perro y compañero/un perro ideal que aprendió a ladrar/y a volver al hogar para poder comer/ Después te unes a la mancha, Chino, Paja, el Orejón y el Gordo que esperan en una esquina y juntos recorren la larga avenida para llegar al paradero. Como muchas veces Chino habla de Oasis, el Orejón de Garbage, Tú de Charly García, el gordo les dice que mañana la mitad del salón se va a tirar la pera para ir a ver una porno, paja dice: ¿cuál de las Tabú? y todos ríen. Ya cerca al paradero se detienen en el puesto de la “tía”del ceviche, piden cinco porciones, todas con ají y con la “cortesía”, un poco de refresco que viene en unas bolsas plásticas /Lejos en el centro de la tierra las raíces del amor donde estaban quedaran/ Ahora ya están en el carro sentados de los lados de las ventanas sintiendo el aire en el rostro, de vez en cuando coquetean con las chicas de otros colegios que suben al ómnibus. Si les liga algo, en cuanto las chicas bajan del carro empiezan a pensar en que ropa se van a poner para ir a verlas. Will dice que se va comprar unas “tabas” nuevas, Pedro que un “lompa” y una “mica”, Roy dice que si su viejo no está, él saca su carcocha, César dice que no necesita nada de eso: así no más, les va a dar el honor de salir con él. Tú sólo miras por la ventana. Pero si en cambio no consiguen nada, no tardan en buscarles defectos a las chicas, que estaban muy chibolas, que una era un poco narizona, que ésta otra era muy chata, incluso César dice que una era machona, y todos vuelven a reír. Tú pegado a la ventana disfrutas del aire y te preguntas si mañana tendrás el valor suficiente para decirle que la quieres… Lejos en el centro de la tierra las raíces del amor donde estaban quedarán.

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