El evento inicia a las 5:45. Piscos de honor

4.07.2010

Miscelanea 10

Estimados lectores, les ofrecemos una nueva entrega de la edición virtual de nuestra revista. En este número:



PRESENTACIÓN
Galopando la santa semana. NO queda duda que esta semana la galopamos santamente
.


CON LOS PANTALONES ABAJO
Resurrección.
De lo único que me arrepiento es de aquello que no hice.


UN PELO EN MI SOPA
Instantáneas (parte I): Imágenes, lo único que tenía de ella eran imágenes.


INSTANTE CERCANO
Vangeluz: El quinto evangelio. La pasión de Cristo en Comas

RASTROS DE CARACOL
Inés y las noticias, relato consternado de Lenin Heredia

Respirar puede ser un fracaso, poesía a cargo de Yamila Greco


Galopando la santa semana

Luego de una semana realmente larga, venimos al galope. Renovados y resuerectos en el mes de abril, golpeados, agraviados en los bolsillos, llegamos con una nueva entrega virtual que hay que mirar con detenimiento. Sobre todo porque ahora como somos dizque temáticos, tratamos de armar un mounstrito más o menos de acuerdo a lo que nos va sucediendo.


Así que si fuiste de los que se arrodilló en el vía crucis, si eres de los que se vaciló en una carpa frente al mar, la que se fugó con el otro o con la otra, si eres el que se pudrió el cerebro viendo las películas en technicolor de semana santa aquí encontrarás de pedacito de mundo, en el cual te verás reflejado. Intentamos abarcar todos tus vacilones, pero no lo lograremos, tan malogrados no podemos ser.



La sección “Con los pantalones abajo” hace un alto, una suerte de stop en pro de la higiene mental de nuestro editor, y deja de lado las perlas del acontecer nacional para reflexionar sobre lo que a algunas personas les pueden dejar los días de Semana Santa. “Un pelo en mi sopa”, nos trae la primera parte del cuento Instantáneas; en “Instante cercano” tenemos un foto reportaje de la representación de la pasión de Cristo en Comas o Comanche para los que viven a la altura del km. 14 de la avenida Túpac Amaru. En “Rastros de caracol” tenemos poesía desde Argentina con Yamila Greco que nos trae una muestra de su trabajo; también está presente Lenin Heredia con su relato Inés y las noticias.




Y aunque nos queda un poco de sangre en la cara, le dedicamos esta entrega virtual a la azarosa y penitente crucifixión de Cristo. Crucifixión con ‘x’ porque así quedo clavado en dos maderos innobles en los que dejó zanjadas sus denuncias y sus ideas con la jugosa idea del auto sacrificio por el bien de los hombres.





Finalmente les damos como penitencia literaria la visita constante de este espacio, dejar comentarios y mandar sus colaboraciones a nuestra dirección electrónica. Amén.




Los Jinetes

Resurrección


Por Jaimedonato Jiménez


Esta semana santa 2010 ha sido la más bohemia y estimulante que recuerde. Develé muchas cosas, entre ellas que las películas “santas” de Hollywood han estimulado mis neuronas durante mi vida de tal forma que puedo tomar dos actitudes:


Actitud uno: Me trago la historia de Moisés haciéndole pendejadas al faraón con su vara. Eso sí, es hipnotizante la decisión y fortaleza de Moisés, que con una increíble, bella y exótica barba, y un bronceado californiano perfecto harían paltear a cualquiera, y para concha todo en nombre de dios. Y con eso me arrepiento de todo lo que he chupado en esta semana, me vuelvo ultrahermano de alguna religión apostólica, apocalíptica, milenarista, nuevaolera, maradoniana y millones de etcéteras.

Actitud dos: No bebo hasta mi cumpleaños, y no me arrepiento de todo lo que he bailado, libado, gozado. Acto seguido cubro mi rostro de la más sincera de las sonrisas.


¿El más idiota de los idiotas? Puede ser, pero estoy sonriendo. No me preocupa que me vean (lean) así. A pesar de que por todos lugares a donde voy, me siento abrumado por la forma indiscriminada en que las personas se van haciendo guiñapos el uno al otro. ¿Habrán sido constructivas sus meditaciones en una carpa frente al mar? No me respondo, prefiero animalizarme y vivir de mis funciones primordiales, dejar de ser un humano promedio y convertirme en un animalito que sonríe. Esbozo un bestiario: animal es aquel que animaliza, bestia es aquel que lo ignora. Humano es aquel que escoge ser uno u otro. Sectario, irreductible, antojado y anormal. Palabras casi aceradas que encierran la mayor de las simpatías hacia el mundo que quiero ver.


Seré sincero: esto a nadie le va a importar ¿Por qué lo sé? Seré mas sincero. La sonrisa que manifiesto es la ceniza de todas esas cosas de las que ya me aburrí de dar la contra; pero esto solo es un descanso, nada más que un impulso para luego seguir arremetiendo contra la realidad. Pero sigo feliz, realmente feliz, nada de lo que suceda y recuerde borrará esta sonrisa de media luna. Motivos sobran, no soy de los que se da falsos golpes de pecho. No colecciono rencores, ni odios, y las venganzas me saben pueriles. Y debo manifestar que esta suerte de éxtasis de felicidad debería ser un Estado Autocrático, que cometa crímenes de lesa tristeza. Donde todos se reúnan en pro de todo sin llegar a la imbecilidad que nos vende el marketing.


Obvio, nada es perfecto. La felicidad es un leve instante, sus consecuencias son inmensurables y peligrosamente sin fecha de caducidad, pero nadie me quitará lo bailado, por más que después de que se me borre esta sonrisa, sepa de manera inequívoca que la he cagado tremendamente.

Instantáneas - Primera parte


Por Adán Calatayud


I


Ignoraba cuánto tiempo llevaba sin detenerse ante un quiosco de periódicos para leer los titulares. Esa manía nacida en la adolescencia, luego de comprobar que nunca podría leer ni el veinticinco por ciento de un diario y que por lo tanto no había razón para comprarlos y llenar su escritorio de papeles que con el tiempo se teñirían de amarillo y le harían recordar la vieja biblioteca del caserón familiar en La Molina Vieja, llena de periódicos de mitad de siglo y libros de derecho, donde arropados con un abrigo de lana y fumando una pipa anacrónica, pasaron la mayor parte de sus vidas su abuelo y su padre; regresó una mañana de los primeros días de enero. Cuando llevaba recorridas unas cuantas cuadras de Larco y empezaba a sudar se aburrió del jueguito ese de asociar cada cosa que pasaba ante sus ojos con las letras y melodías de las canciones que los audífonos del reproductor de compactos hacían estallar en sus oídos. El juego del videoclip en vivo y en directo, en cinemascope, perdió vigencia, pensó. Tenía que suceder así, hace mucho había cumplido su ciclo, era un recurso tan de adolescente, tan MTV, que en la actualidad apenas era útil para soportar el tráfico infernal de las calles del centro de Lima. Apagó el reproductor, se quitó los audífonos y se acercó al quiosco de periódicos del cruce de Larco con 28 de Julio. DRAMÁTICA SE PEPEA POR TECLO BILLETÓN, fue lo primero que leyó al acercarse a la sección de diarios chichas. Letras rojas, sombreado en negro, sin adornos, en altas, en un tamaño enorme: un titular de diario sensacionalista que él no terminaba de entender. Más abajo, una fotografía a lo ancho de la página donde unos enfermeros empujaban una camilla que transportaba una mujer inconsciente, en una esquina, en un recuadro pequeño, el retrato de Raquel, tal como se le veía en su documento de identidad. Entonces empezó a dudar entre mirar las fotografías, tratar de descifrar lo que decía el titular o salir corriendo de allí. Abría y cerraba los ojos, retrocedía unos pasos, tomaba aire, trataba de respirar con normalidad, contenía el aire, regresaba a mirar la portada del diario, se rascaba la cabeza, se mordía los labios, se cogía el rostro y no dejaba de pensar: es mi culpa, es mi culpa.


II


¿Cuántos años tenías?, ¿diez, once? Es muy difícil que puedas recordarlo todo con exactitud: tu edad, la ropa que vestías, como llegaste a ese lugar luego de escapar de la custodia de la tía Paula, el revuelo que se armó en la casa cuando se enteraron tus padres, nada de eso recuerdas y cuando en alguna reunión familiar la tía Paula contaba la anécdota, lo único que aparecía una y otra vez en tus recuerdos, cual si fuera una escena vivida apenas segundos atrás, eran los disfuerzos, las muecas, las contorciones de brazos, piernas y espalda que hacía Raquel para ser idéntica a la imagen que los dibujos animados ofrecen del Jorobado de Notredam. Claro, en ese instante no sabías que era una chiquilla de aproximadamente dieciséis años la que llevaba puestas unas zapatillas caladas, que vestía un pantalón negro hasta las canillas y que bajo su poncho marrón unas esponjas simulaban la joroba, tampoco que su nombre era Raquel. La función terminó, el jorobado se metió tras un biombo y luego apareció una muchacha de rostro blanquísimo, de mediana estatura, ágil, divertida, con la piel tan suave y delicada que parecía imposible que minutos antes hubiera deformado su rostro una y mil veces para encarnar a Cuasimodo. Que caminaban por Shell y que cuando la tía Paula se detuvo a comprar un helado saliste corriendo quién sabe a dónde, que luego de buscarte por un par de calles te encontró sentado en una de las gradas del pequeño anfiteatro del parque Kenedy contemplando una función de teatro callejero, que la tía Paula no pudo sacarte del anfiteatro y tuvo que sentarse contigo hasta que terminara la función; todo eso es parte de la historia que la familia conoce, pero nadie sabe que esa tarde, luego que la tía Paula te llevara a casa, iniciaste una búsqueda que duró más de una década y terminó cinco años atrás, en la casa del tío Eduardo.


III


El abuelo era abogado, tu padre, su hijo mayor, era abogado; tú, el hijo mayor de tu padre, serás un gran abogado; serás como tu padre y tu abuelo. Palabras textuales de mamá, de la abuela, ¡como les encantaba programar mi vida carajo!, pensó. Qué cara habrán puesto mamá y la tía Paula al enterarse por la televisión, o el periódico, si es que alguno de los empleados les mostró uno de esos diarios que no se leen en la casona de los abuelos. Para ellas y la abuela, si estuviera viva, claro; lo que estaba pasando eran las consecuencias del libertinaje, del desapego a la normas, a la tradición familiar del tío Eduardo; que su espíritu vagabundo y cosmopolita del que siempre hacía gala lo había llevado a estos extremos: vivir en pecado con una mujer que no era de su condición y que además podría pasar por su hija. ¡Recién ahora entiendo porque nunca pude escribir un cuento, un guión de teatro, carajo! Intento hablar, pensar como ellas y me salen esas frases hechas, cuál es el problema ¿escrúpulos, por ellas, por ella? En más de una ocasión has oído decir a mamá: zorra, puta barata y un sinfín de insultos más cuando se refería a Raquel. Y cuando bordeabas los quince o dieciséis años en más de una ocasión escuchaste a una tía Paula entrada en tragos decir: no papi, con esa huachafita ni para que debutes, consíguete una a tu altura. ¿Por Raquel entonces? Tampoco lo sé, me expulsó de su vida con las palabras más duras que me han dicho jamás y luego como si no hubiera pasado nada me buscó para que la ayudara a conseguir los fármacos que la han dejado en ese estado, pensó.


IV


Imágenes, lo único que tenía de ella eran imágenes. La última era premonitoria. Vestía de negro, andaba en zancos y tocaba su viejo saxo; su séquito de niños se había retrasado y él pudo fotografiarla sin escolta. La tarde moría y el cielo era amarillo, el nombre del lugar aumentaba el sino trágico de la imagen: “Estación de desamparados”. Exactamente la parte posterior de la estación, a unos cuantos metros del “Parque de la Muralla”, desde allí había venido hipnotizando a medio centenar de niños con las melodías tristes de su saxo, antes de que diera media vuelta y emprendiera el retorno, él disparó. Esa fotografía era una de las pocas imágenes que existían en un soporte distinto al de los recuerdos. Pero aunque existía una copia en papel que hacía del momento un hecho real, la imagen se transformaba cuando él trataba de recordar si la melodía que salía del saxo era una vieja cumbia o una guaracha. Existían algunas instantáneas más, todas tomadas en la casa del tío Eduardo, pero las imágenes más importantes eran solo recuerdos. Los más importantes eran dos: en el primero un asistente retira un biombo y aparece Raquel, en el parque Kenedy, luego de interpretar a cuasimodo. En la segunda él llega a la casa del tío Eduardo, en El Olivar, huyendo de casa luego de una pelea con su madre y se encuentra a Raquel, semidesnuda, tocando su saxo en la sala de la casa.


Continuará

Vangeluz: el Quinto Evangelio

Jesucristo en un momento de profundos cuestionamientos

En los días de Semana Santa, al norte de la ciudad, en Comas, desde hace más de veinte años un peculiar grupo de teatro tiene la importante misión de representar la “Pasión de Cristo” ante un público cautivo que año a año espera ver a sus parientes, amigos o vecinos, salir de su día a día para convertirse en excelentes actores.

No es una novedad el trabajo que Julio Barreto Dueñas y un grupo de actores comeños vienen realizando desde los años ochenta. Diarios, revistas y canales de televisión les han dedicado en años anteriores algunas páginas y breves minutos, que no pagan el esfuerzo del elenco y su director. Quizás lo más importante haya sido el tiempo que les dedicó Luis Peirano en su ya extinto programa Memoria del Teatro.


Para su director, que también interpreta a Cristo, Vangeluz, vendría a ser un “Quinto Evangelio”. La mayor parte de la puesta en escena es Jesucristo Superstar, con la banda sonora en castellano, acompañada de otros pasajes de la Biblia. Pese a tener que luchar contra las limitantes económicas (el director y los actores financian la obra de su bolsillo) el resultado final es más que bueno. Destacan los papeles de Judas, Herodes, Jesús y María Magdalena.

Judas a punto de recibir las 30 monedas de oro

Herodes: una de las mejores performances


El inevitable beso


Pedro momentos antes de negar a Cristo

Judas instantes previos a su suicidio


Soldados Romanos golpean a Jesús


Instantes previos al primer terremoto


Cristo luego de pronunciar su famosa frase: "Padre perdónalos..."


María luego de limpiar el cuerpo de su hijo


Jesús antes de subir a los cielos

Los aplausos que pagan tanto esfuerzo


Inés y las noticias



Al despedirnos, le había pedido a Inés que me llamara. «Aunque no vayas, igual llámame», le remarqué. Para comprometerla aún más, le dije que iría a casa de inmediato y allí esperaría su llamada. No pude evitarlo sin embargo, y me quedé cerca de las oficinas charlando con Robles. A su lado, mientras me contaba de su esposa, que quiere dejarla y mandar todo al demonio, seguía inquieto por irme. No sabía qué carajo decirle. Acaba de casarse, y anda preocupado, no acepta que tan pronto se pueda envanecer el amor. Escucharlo me recordaba a mí mismo y a Inés, y por un instante me dieron ganas de mandarlo al demonio. Pero Robles es mi amigo y quería cumplir con escucharlo.

***

Subí las escaleras despacio, como socorriendo a mi cuerpo de tanto trajín. Al entrar en el dormitorio, me di cuenta que había dejado cerrada la ventana y un repentino olor a ropa sucia impregnaba el ambiente. Me acerqué inmediatamente a abrirla, y luego me quité la corbata y la camisa. No quería hacer nada. En el reloj habían transcurrido apenas cinco minutos. Me quité los zapatos y, para hacer tiempo, bajé a recortarme la barba. Inés había insistido días en que lo hiciera, y ya que esta noche saldría con ella, decidí empezar por allí. Para el viernes, si no lo hago en la semana, la barba se encrespa demasiado, y a veces hasta duele un poco al recortarla. Bajé el teléfono hacia el baño. Dejé la puerta abierta, y cuando no miraba la crema disolviéndose en mi rostro, miraba el teléfono allí, dormido. En una de esas, me hice un ligero corte. Como todas las veces, no me fijé en él sino hasta cuando la sangre definió su rastro sobre mi cuello, y contaminó la crema.
.......Subí el teléfono conmigo. Terminé de quitarme la poca ropa que traía y decidí darme un duchazo. Pronto me desanimé. Si Inés llamaba, no podría contestarle de inmediato. Me volví resignado hacia el ropero. Saqué pieza por pieza la ropa limpia. Me entretuve recordando los nombres, los rostros de las amigas que —me aseguró Inés— definitivamente irían: Vicky Rivas, veintiséis años, dos divorcios encima; Lola Trigoso, veinticinco, casada con un tío treinta años mayor; Dora Peña, Dorita, veintinueve, soltera (aunque ebria se jura mujer de medio Lima). Sobre la cama jugué a combinar colores claros con oscuros, la corbata a rayas con la camisa a cuadros, el polo deportivo y el pantalón beige. Eran las diez menos quince. Era tiempo.
Inés tenía una entrevista con sus superiores y los de Robles. Antes de despedirnos, había podido repasar sus cifras. Más temprano aún, en el almuerzo, me había comentado su salida de esta noche. No me invitó de buenas a primeras. Me arrepentí de adelantar noticia sobre mi viaje de mañana, de haber hecho cálculos frente a ella: para estar a las ocho en la estación, debía salir una hora antes de casa, y para eso, debía despertar media hora antes, y a las seis y media el mundo se me caía encima. Ella, prudente como es, me dejaba hablar. «Bueno, igual parece que no podrás», repuso cuando por fin me callé. No lo entendí de inmediato; entonces me explicó. Dorita y Vicky organizaban una de sus ya célebres reuniones (reuniones donde, a veces solas, a veces acompañadas, beben sin mayor razón hasta el amanecer). Dorita pasaría por Inés, a su casa, después de la oficina.
.......Me lo contó muy serena, y debo aceptar que me incomodó no oírme entre sus planes. Eso sí, me alegró que al menos quisiera contármelos. Semanas atrás hubiera dudado si hacerlo. Un sábado discutimos durante horas, con gritos, jalones y todo, pues se animó a comentarme que los nuevos empleados, con quienes había llevado programas por un mes, la invitaban a bailar. Parapetado en la puerta del dormitorio, la vi maquillarse, probarse mil prendas. De pronto, sin más, le dije que no confiaba en ella, ni en nadie, que se me hacía muy difícil conseguirlo. Inés se molestó, e hizo su respectivo descargo. Me acusó de ser un egoísta de mierda, de comportarme como un verdadero resentido, y de arruinarle siempre las salidas. Lloró, como es de suponer. Y al final no fue. Esa noche, lo confieso, me sentí extrañamente poderoso. La llevé hacia la terraza y allí hicimos durante horas el amor. Antes del amanecer, como en los últimos meses, la devolví a casa.
.......Por eso me sorprendió que hoy mencionara su salida. Por eso tampoco insistí en saber por qué no me estaba invitando, como de seguro harían sus demás amigas con sus respectivos novios. Decidí almorzar tranquilo. Le pregunté por la entrevista de las siguientes horas. Estaba muy nerviosa y se quejaba de su mala memoria. Que no retenía nada, que antes se aprendía mil datos, pero ahora ni para eso servía. Le dije que podía ayudarla. Estaba con ganas de sentirse mal, es lo único cierto. Le hice algunos porcentajes rápidos del último mes, en un papel cualquiera, y le falló casi a todos. Ella quitó la hoja de la mesa, la guardó y me pidió que siguiéramos comiendo en paz. No quise insistirle. Ella lo notó.
.......Finalmente, creo que en desagravio, me pidió un favor. Quería que rehiciera un archivo. Acepté, y el almuerzo prosiguió en otro tono. Incluso un rato nos reímos. Al terminar, le dije que de inmediato cumpliría su encargo. Me esmeré en hacerlo. Estuve varios minutos frente al computador dándole vueltas al mismo balance. Volví a reproducirlo, número por número. Cuando lo creí listo, salí a buscarla. Inés merodeaba ya la oficina de su jefe. Le entregué el documento. Antes de guardarlo, quiso echarle un vistazo. Me pidió, mientras, que le trajera una taza de café. Le di un beso, y luego de susurrarle que se calmara, fui por su café. Al volver, minutos antes de despedirme, la encontré muy seria. Me mostró el documento, el error en el documento. Me sentí avergonzado. Inés no insistió más en ello. «Debo ingresar ya», comentó.

***

Llamé primero a las diez. Me contestó ella, felizmente. Acababa de llegar y, según me dijo, don Nicolás puso tremenda cara de enojo al verla entrar. «Y tú te disgustas cuando yo te pido que me acompañes», hizo énfasis. Dejé que el teléfono aquel se comiera mi moneda y los últimos segundos. Luego, tras esperar que un breve lapso despejara la niebla del comentario, volví a intentar. Me contestó ella, nuevamente. Me contó cómo le había ido con su jefe. Bastante bien, pese a los nervios. Estaba cansada. Le pregunté qué haría el resto de la noche. Revisar hojas y papeles y más papeles. Me alegré, sin decírselo, de que no mencionara siquiera por asomo su salida de esta noche. Cuando ya todo parecía acabar, le dije que aprovechara su tiempo. Frase estúpida, sin duda, pero puse en ella mi franco deseo de mantenerla en casa.
.......Cerca de las once, ansioso, volví a llamar. Esta vez contestó don Nicolás. Me lo dijo de la manera más natural posible. Inés había salido, minutos antes, y no sabía hacia dónde, que no la llamara, pues había dejado su teléfono. Esta fue la parte más difícil de asumir. Por qué debía también dejar su teléfono, aquel aparatito que tanto se empeñó en adoptar. Vamos, se le olvidó, aventuré, lo hizo por seguridad, ella es así. Me despedí pidiéndole que dijera a Inés, en cuanto llegara, que había llamado. Antes de colgar, en el otro lado, una voz lejana confirmó que Inés había salido para casa de Dorita. Don Nicolás me lo repitió, en el tono aburrido que usa conmigo, y yo corté. Era suficiente. Volví para la terraza haciéndome mundos la cabeza. Cuando no sé de Inés, qué está haciendo, dónde, con quién, me atrapa una rotunda sensación de fracaso.
.......Salí a dar una vuelta. Un poco de aire me haría bien, de seguro, un cigarrillo. Era un viernes raro, de tiendas cerradas, sin gente en la calle, un viernes propicio, me dije. Únicamente los autos, el ruido descomunal de sus bocinas me distraía Se trataba, para qué negarlo, de la misma historia. Inés es una buena mujer, pero en situaciones como esta, cuando de pronto desaparece, no sé qué pensar. Todo parece indicar —todo lo nuestro: el tiempo, las risas, la cama— que cualquier duda acerca de su fidelidad es imposible y ridícula. Pero cuando la incertidumbre me atrapa, ya no sé. Movido por cierto temor, tomé la ruta hacia Echenique. Rato después, de manera inevitable supongo, llegué a casa de Dora, al muro que rodea su casa. El descubrimiento fue doloroso, y me entregó a una suerte de confusión. Se me ocurrió tocar, preguntar por Inés. A cuenta de qué, con qué excusa. Dora sería la primera en desconfiar de esta visita. Decidí volver.
.......Casi una hora después, poco antes de las doce, volví a llamar. Esta vez contestó doña Lucrecia. Al inicio no reconoció mi voz. Es una mujer muy mayor, a veces sucede. En su hablar parsimonioso de siempre, me dijo lo mismo, que Inés no estaba, y por favor no la llamara, que su hija no andaba el teléfono en la cartera. Mientras lo repetía, yo renegaba de mi suerte. En situaciones como esta, cuando Inés de pronto desaparece, pienso en el desconocido. Inés y el desconocido, vaya historia. Aunque lo niegue, yo no podría resistir un solo encuentro entre ellos. Ya imagino el infierno que habitaría luego, oyéndola entrar en detalles. Que ella intente convencerme de lo neutral que resultó todo, y yo sospeche que algo me oculta, la sonrisa esa, el comentario aquel que hizo el desconocido para que ella sonriera. Lo veo: Inés llenándome de besos para acallar sus remordimientos…
.......A pesar de don Nicolás, doña Lucrecia me autorizó a llamar en una hora. «Tal vez en un rato, de seguro…», quiso calmarme. Regresé a casa, vencido, y desconecté el teléfono (también él merecía dormir tranquilo) y me tiré en el sofá, a terminar la noche con las noticias. En un canal, un marido celoso, ex policía para más señas, había descargado dos tiros sobre su vecino. En otro, una mujer resultaba viva tras cuatro puñaladas. En un tercero, un rabioso adolescente había elegido exterminarse como a las ratas. Iba quedando dormido, en fin, con lo de siempre, cuando una breve nota local llamó mi atención. Un hombre joven, denunciado por su joven ex mujer, había sido detenido. Lo último que escucho, como en una ensoñación, y en tono muy serio, pese a los reproches del reportero, son las palabras proféticas del marido: «Esa puta va a morir».


© Lenin Heredia Mimbela (Piura, 1987)
Estudiante de Literatura de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado artículos, textos creativos y reseñas en revistas como "El Jinete de la Tortuga", "El Hablador" o "Fix, Revista hispanoamericana de ficción breve".