El evento inicia a las 5:45. Piscos de honor

10.22.2008

¡Media “Jonca”! (con el gordo Manuel)

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Manuel morales y dos amigas peruanas (Porto Alegre, 2005), tomado de Sol Negro
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Con apuros, demoras, muchas ganas y terquedad, llegamos a la sexta entrega. ¡Media caja de “chelas”, para el comité editorial!, no para brindar, porque el número es pequeño, pero si para reponer fuerzas y seguir con nuestras pesquisas —viajando en combi, bus o bicicleta— en pos de historias, información o cualquier cosa que merezca ser contada/posteada. Las fuentes podrán ser las mismas: revistas, periódicos, la combi, el bus, la tv, Internet, la radio, los recuerdos deformados por el tiempo, la tía del emoliente, los vagos de la cuadra, el puesto de películas piratas, etc., pero la mirada (con las ganas de contar, de informar, de darle una patada en los huevos, de escupir a la absurda realidad) se agudiza en cada entrega. ¡Salud por eso!■
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Este número está dedicado a la memoria de quién en vida fuera
Manuel Morales, el poeta que cantaba que cuidemos
al amigo que "toca tambor".


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Muéranse todos (para alcanzarlo)

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por Jaimedonato Jiménez
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Manuel Morales era un pata del barrio de Santa Cruz, en aquella frontera de sangre que separa el Miraflores acomodado de aquel de los callejones y cantinas como La Chilena, por ejemplo, donde ubica uno de sus más alucinados poemas. Era gordito y asmático. Tenía un sólido sentido del humor y había llegado a la poesía a través de los claustros de la Villarreal.

ASL, en El dominical, 7 de setiembre de 2008





Ciegos, tartamudos y sordos. Manuel Morales ha muerto y ha resucitado fugazmente. Y sigue muerto. En sus cenizas olvidado. Pero no se asusten, se han acordado sus amigos tamborileros, también viejos napolitanos que chuparon con él. Sólo el resto son quienes lo han olvidado. Y mejor así. No me mueve un fin ‘caleta’, ni exclusivo: es sólo tener la certeza de quienes lo aman, sufrieron y acariciaron las incertidumbres de su autoexhilio y ubicación.

Y la bulla mediatica impone su silencio en lo importante:
Más jode la indiferencia
Más joden rómulos sin remos, pero sí con ratas
Más jode la cucaracha encarcelada
Menos favor nos hace un gabinete que huele las medias de garcía
Y más jode una selección de limitados
Y más jode el caso que le hacen todos a barbaridades del tamaño de un anís.

“Hemos buscado con tanta indignación
El feto que en alguna noche –sin ojos, sin diferencias–
Nos legaron nuestros acomplejados predecesores.”

Y de Morales casi nada: NO BUSQUEN UNA PATRIA /Que contenga rosas. Hoy / Ya no existen las rosas. Sólo contadas noticias. Sólo existe/ Una patria en la palma del pecho. Que dieron las malas noticias. Y otra/en el centro del ojo. Los pésames y las evocaciones. Sigan buscando rosas. Encontrarán/Un balazo en el pecho. De quien fue el rey del cacho y el jefe horazeriano. Y otro/En el centro del ojo. Vaya en paz maestro, vaya en paz, que en el Perú los suicidios están aumentando, quizás las cifras nos toquen con su guadaña.





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Psj. 18

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por Adán Calatayud
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Día 1

El mismo pasaje de siempre: estantes, vitrinas apretadas, letreros luminosos; avanzo a toda prisa entre puestos de discos, películas, suvenires, videojuegos. Me detengo frente al puesto de siempre, me conseguiste las películas, pregunto a la chica detrás del escaparate, si ahora te las doy, se agacha y saca un paquete, me lo alcanza, le pago, guardo el paquete en mi mochila. Ya te vas, tengo novedades, me dice la muchacha, se me hace tarde para el trabajo, pero mi curiosidad es más grande que mi sentido de la responsabilidad, a ver le digo, la chica me alcanza un catalogo, todas estas son de cine asiático, dice. Paso una, dos páginas y pido tres películas más, sigo revisando el catalogo y un anciano se acerca a ofrecerme caramelos, le digo que no, pero insiste, es para mi medicina, dice, estoy mal de salud, algún día tu padre o tu abuelo pueden estar enfermos, agrega, le repito que no, y el anciano vuelve a insistir, mientras discuto con el anciano, alguien en algún lado me observa, siento el peso de su mirada en la nuca, giro, miro a todos lados y encuentro a una chica delgada, no es bonita ni fea, pero hay algo en ella que me atrae de inmediato, la chica empieza a caminar hacia el puesto de películas, me esquiva, abre la puerta y se ubica junto a la otra muchacha, desde allí me mira risueña, para deshacerme del anciano, le compro una barra de caramelos y vuelvo a revisar el catalogo, la chica sonríe, pido una película más y me despido de la primera chica, doy unos pasos y alguien a mis espaldas pregunta: ¿ese es el loquito del cine asiático?


10 días después

Vuelvo al puesto de películas y me encuentro a la muchacha risueña, le pregunto por la otra chica y me dice que es su hermana, que se fue a trabajar a Chile, que pena, le digo, ella me conseguía las películas más difíciles de encontrar, no te preocupes, yo te las puedo conseguir, me responde la muchacha, sonrío y ella me regala una enorme sonrisa, me siento torpe, no sé qué hacer, qué decir, me escudo tras un catalogo, ella pregunta por qué veo tantas películas, le digo que escribo una columna sobre cine en una revista, yo nunca podría escribir sobre cine, me dice, no me gusta estar buscándole cosas a las películas, creo que no podría disfrutarlas, y si no puedo disfrutarlas, pierden su gracia, lo que me acaba de decir me suena a trabalenguas, pero me parece sincera, sin poses, sin preocuparse por tener algo inteligente que decir, siento un poco de envidia, hace mucho tiempo que no me siento a ver una película sin buscarle las virtudes y los defectos. Me pierdo en mis pensamientos y ella me regresa a la realidad agitando sus manos frente a mi rostro, en qué piensas, pregunta, el otro día una amiga me dijo que yo era el “loquito del cine asiático”, digo calculando su reacción, así, que coincidencia, yo también te puse ese sobrenombre, ya lo sé, le digo, ella se queda en silencio, miro mi reloj y es hora de irme, armándome de valor miro a la muchacha y con una voz de niño asustado le pregunto si le gustaría ir al cine conmigo, ella se ruboriza, se coge el cabello, va decir algo, pero llega un cliente y pide una película, la historia se repite con tres personas más, ella los atiende y yo vuelvo a mirar mi reloj, la muchacha nota mi impaciencia y me da una tarjeta personal, llámame, dice.

100 días después

Tres meses de salidas al cine; largas horas esperando, acodado en un mostrador atiborrado de películas piratas; cenas llenas de bromas, de juegos con la comida en un chifa o una pollería; frases tontas, sonrisas torpes, miradas adormecidas; sexo, amor apurado en alguna habitación de un hotel de mala muerte, llegan hoy a su fin. Raquel se va a Chile, a trabajar con su hermana, dice que allá estará mejor. En ningún momento me preguntó que pensaba, es cierto que desde nuestra primera cita ella hablaba de reunirse con su hermana, pero nunca imaginé que partiría tan pronto. Hoy es nuestra despedida, acodado en el mostrador de su puesto de películas imagino la última escena de nuestra historia: en un colorido chifa de la calle Capón cenamos tallarines, luego damos un paseo por el Jirón de la Unión, ella me coge del brazo, avanzamos unas cuadras y se desata una lluvia torrencial, nos refugiamos bajo el alero de alguna casona antigua, nos alumbra un viejo farol, mientras esperamos que pase la lluvia fumamos cigarrillos Winston y exhalamos grandes volutas de humo, no hay palabras, solo miradas cómplices. Un niño jalonea mi casaca y me ofrece caramelos de menta, le compro unos cuantos para que se aleje, miro a Raquel, ella me lanza un beso volado y dice que cierra en diez minutos. Intento imaginar el final de mi escena, pero mis esfuerzos son vanos, algo me recuerda que en Lima no llueve, que quedarse parado en una esquina es exponerse a ser asaltado, que no fumo. Raquel se acerca, me besa y me pide que la ayude a cerrar.


1000 días después

Estoy cansada, creo que me he perdido, no debí extraviar el papel donde anoté el número de pasaje. Hice un viaje larguísimo para conseguir esas películas y parece que fue en vano, sólo quedan dos pasajes, en uno de ellos deben estar los puestos de películas. No me equivoqué, acabo de llegar a un pasaje lleno de estantes y vitrinas atiborradas de películas, un chico de anteojos negros, barba crecida y cabello erizado me mira acodado en un mostrador, me parece simpático, me acerco, le pregunto si tiene películas de Johnnie To, me ofrece un catalogo, todas estas son de cine asiático, dice, paso una hoja, dos y encuentro las películas que buscaba, se las pido, me las entrega, ya tengo que irme, pero me gustaría quedarme a conversar, parece saber mucho de cine. Miro mi reloj y le digo que pienso volver otro día por más películas, no hay problema dice, ¿trabajas aquí todos los días?, pregunto, solo de lunes a viernes, dice, tienes bastante tiempo trabajando acá, vuelvo a preguntar, casi tres años, una ex enamorada se fue del país y me encargó su puesto, responde, miro al chico y me regala una sonrisa triste, mando al diablo mis clases y me apoyo en la vitrina, ¿y cuál es tu director favorito?, no reconozco mi voz en esa pregunta, él se acerca, se apoya en el mostrador y me dice que…

F i n
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Si soy así

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por Roberto Roig
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Cuando Andrés Calamaro viajó a España, su verdadera intención no fue formar “Los Rodríguez”, sino conocer a Antonio Bartrina, líder fundador de Malevaje, banda española de tangos. Con esta anécdota que me contó un amigo, me interné en su música. Al parecer su éxito con los jóvenes se da por su fusión del tango con el rock (esto en sus inicios pues ahora sus tangos son más clásicos) y a sus presentaciones junto a bandas de la llamada “movida madrileña” ochentera como “Los Coyotes” y “Gabinete Caligari” (de esta última, Jaime Urrutia, pasaría a colaborar a Malevaje). Sus presentaciones no solo se limitan a España sino que realiza giras con éxito por toda Europa. Formados en 1984 continúan juntos hasta hoy, su ultimo disco salió el 2007 “No me quieras tanto (quiéreme mejor)”. Gracias a Malevaje hoy existen músicos como Calamaro, gotan Project, Bajofondo tango club, entre otros… les dejo el tema “Si, soy así” que fue el que me enganchó. Aunque no soy un fanático de esta banda me parecía pertinente recomendarla en este numero por la coincidencia de la llegada de Calamaro a Lima además de leer los poemas de Manuel Morales, me vino a la mente Malevaje quizá por ese aire porteño que tiene el poema “Al amigo napolitano entre botellas van y vienen”.
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Poemas de entrecasa

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por Juan Pablo Mejía
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Hace unos meses nos enteramos gracias a Tulio Mora que el 2 de octubre del año pasado, Manuel Morales dejó este mundo. Pocos fueron los medios que informaron sobre tan penosa noticia, pcoos los amigos que se animaron a escribir (Balo Sanchez León, Eloy Jauregui) sobre tan sensible pérdida para la poesía peruana contemporánea.

No es mi intensión polemizar sobre termenda falta de atención de nuestro aparato crítico o la labor de la prensa cultural en el país. Lo que sí considero oportuno y necesario es hacer un acercamiento a su obra (breve pero contudente) a través de la lectura de sus poemas.

Si quieres leer la muestra de poesía (que incluye bibliografía y datos biográficos) que elaboramos para conmemorar la figura de uno de los padres de de la actitud que solo algunos años después exhibirían los Hora Zero, puedes clickar aquí.



SOBRE MANUEL MORALES:


Manuel Morales nació el 18 de febrero de 1943, en Iquitos. Estudió en los Colegios Salesiano y Leoncio Prado, de Lima. Egresó de la facultad de Educación de la universidad Federico Villareal en 1968. Ha estudiado Cooperativismo. Ha trabajado como agente vendedor y en la oficina Nacional de Desarrollo Cooperativo. Actualmente trabaja en la oficina de asesoramiento de las Cooperativas Agrarias de Producción, en Chiclayo, dependencia del SINAMOS. Tiene un hijo.
Obtuvo el Premio de los Juegos florales Universitarios convocados en 1967 por la universidad Nacional de Educación. Ha publicado en “Haraui”, “CLE” (Comunidad Latinoamericana de Escritores, México), “Alpha”, “cantuta”, “Textual”. Figura en la Antología peruana: dos generaciones (Madrid, 1969). Libro publicado: Poemas de entrecasa, Chosica, Ediciones universidad de Educación, 1969.
Dirección en Lima: La Mar 870, Miraflores.

Autobiografía publicada en ESTOS 13 (1973), P. 29


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QUÉ DIJO LA CRÍTICA SOBRE SUS LIBROS

"Hay algo que emparenta la poética de Martos (…), con los libros de Watanabe, Morales y los textos de Rosas Ribeyro. En parte es su visión adversa al intelectualismo, su aprecio por el componente humorístico y cierta dosis de ironía; en parte – y no desdeñable– su voluntad de transparencia y la búsqueda de un destino en el interlocutor. (…) Para ellos el relato poemático debe recoger los rasgos menudos, pero suficientemente relevantes como para ser caracterizadores; como para apuntar pronta, velozmente a una función iluminadora que esclarezca los conflictos, las contradicciones deformantes, casi grotescas, del fracaso conceptual o la mecánica formalista a que se circunscribe la situación típica. El trato de la cotidianidad y la presión con que lo ritual cotidiano constriñe los anhelos y valores, hasta inhibir y disociar la personalidad de sus criaturas, es una categoría que califica a esta corriente. Será el lector quien extraerá de sus textos, como de una parábola, la pequeña pero certera e inolvidable lección, su sentido que, aunque por fragmentos, con otros análogos darán cuenta del existir humano, como las piezas de un amplio mosaico."

Alberto ESCOBAR, Prólogo a ANTOLOGÍA DE LA POESÍA PERUANA TOMO II (1960 – 1973) p. 12

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Su estilo oscila entre el verso mayor y la condensada expresividad de las pequeñas estrofas, en las que quizá se aprecia –de modo más rotundo – la forma crítica y risueña con que morales construye su realidad poética, al amparo de una ironía leve y de un sentimentalismo latente. La estridencia formal que a ratos adquiere su lenguaje es la contrapartida a una básica actitud de nostalgia y de búsqueda por el sentido que se oculta tras el ceremonial cotidiano.


Alberto ESCOBAR, ANTOLOGÍA DE LA POESÍA PERUANA TOMO II (1960 – 1973) p. 96


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El poeta muestra uno de los rasgos “fuertes o ácidos” del lenguaje directo que ha reinado en la poesía de la generación del 70. El uso de una expresiva “jerga”, sustenta su desparpajo y estilo muy peculiar por la estridencia que obedece al decoro personal y populista. Trasunta en todo momento un humor característico de extraño ceremonial “entresacados”, de los mundos cotidianos actuales. Gusta de la escritura en versos mayores, donde el criterio moral o su mundo sentimental unen los giros en la búsqueda de un lenguaje muy nuestro. Esa fuerza narrativa estará presidida por una crítica única y amarga, pero también risueña, de un mundo nostálgico que busca sus sentidos frente a la vida de los hombres. Últimamente Morales en poemas posteriores a su primer libro, nos entrega un nuevo sistema de valores poéticos que ofrecen un enriquecido lenguaje equilibrado, lo cual no será producto de la realidad “directa”, tal y como son; sino más bien, otorga a su poética de un amplio registro por la oralidad y la salida de un sistema expresivo de búsquedas interiores: de purificación ritual de gamas y valores humanos que tienen las mismas esencias sin llegar al desparpajo. Lo cual es una contrapartida a su primera inicial escritura.

César TORO MONTALVO, ANTOLOGÍA DE LA POESÍA PERUANA DEL SIGLO XX (AÑOS 60/70), p.178.
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Redoble de tabores por Manuel Morales

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por Juan Pablo Mejía
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Revista
Quehacer. DESCO. N° 171, Lima, julio-setiembre de 2008, pp. 100 - 105.

En el presente número de Quehacer, la buena revista que dirige Balo Sánchez León acaba de aparecer publicado “Redoble de tambores por Manuel Morales”, del poeta y periodista Eloy Jáuregui. Aquí reproducimos algunos párrafos extraídos del sentido testimonio.

En la primera parte del texto, Belleza inmediata de un retazo en el tiempo, la más nutrida de anécdotas y descripciones, Jáuregui lo retrata:
«Y está sentado en la cabecera de la mesa de la cantina “el anzuelo” (…) Y se ha desabotonado la camisa y luce un bivirí blanco impecable cuando se concentra en el destino de ese rodar de los dados desde su cubilete, al que atrapa con fiereza (…). Y gana como toda la noche, pero no celebra. Sereno, arrima sus palos de fósforo cerca de su vaso y nos mira. Luego dice “no se asusten” y apenas ubica a Chontril, el mozo, pide dos cervezas con los dedos, como ese viernes, como todos los viernes que lo hemos visto llegar desde Chiclayo a la casa-colectivo que está ahí nomás, en el segundo piso y que regenta Jorge Pimentel.
»Él tiene en la casa-colectivo su cama intocable (…). Hay un letrero en la pared junto a la cabecera: “Aquí duerme Manuel Morales. Sé libre, acuéstate en el suelo”. Cierto. Sus sábanas y manta de un material antialérgico lo hacen especial. Por eso también se lo respeta. “Es que a veces se le cierra el pecho y se pone como loco”, dice la señora que hace la limpieza. El hombre sufre de asma pero no habla del tema y maneja sus inhaladores como un cowboy taciturno pero de ira implacable.

»Los sábado se levanta a mediodía. Lo primero que dice es: “no existe el poeta que marca tarjeta”. Y agrega: “A las cuatro voy a ver mis asuntos”. Cierto. Pero antes nos vamos a “El Peñón” (…). Cebiches y Parihuelas ahora con cerveza negra lo ponen más locuaz. Y ya está con nosotros Mario Luna y como es de Chimbote, con él hace otras migas. Se habla de Velasco, del proceso, de los militares, de la revolución sin partido. Pero alguien toca el Aullido de Ginsberg y el otro, los Cantares de Pound. Entonces la poesía nos invade nuevamente. (…) Así somos. Podemos hablar de fútbol y la metáfora termina con una media verónica casi siempre de poesía (…) Y así se va la tarde. El hombre paga y se marcha rumbo a Santa Cruz, su barrio, en las orillas del Miraflores naútico.

Ya para la segunda parte, Sol sonámbulo que despierta sobresaltado, Jáuregui habla de Hora Zero y describe la situación política y social del país y la posición que los jóvenes poetas de este movimiento asumieron frente a tal coyuntura. Ya hacia el final del bloque vuelve sobre Morales y su trágico deceso:
«El hombre sabe de esto y de aquello. El hombre se llama Manuel Morales y ha muerto joven allá en su casa de Porto alegre, al sur de su Brasil pintado en su camisa y clavado a su corazón y a donde se fue hace 35 años. Como cuenta Tulio Mora: “ Se marchó en 1977 tras de su esposa, una preciosa brasileña que aún recuerdo hoy con un pañuelo verde en la cabeza y un monito tití en el hombreo”.»

Ya en la tercera y última parte, La poesía en el gimnasio, los recuerda así:
«la última vez que lo vi fue como la primera. Estaba como siempre en la cabecera de una de las mesas del Palermo, y no hacía otra cosa que hablar de poesía. Tenía el rictus del maestro marginal petardista y tablajero, pero vivía en ese espacio iluminado de la palabra prosódica y malmandada.

Y termina su texto citando una carta que Morales le enviara a Jorge Pimentel desde Porto Alegre:
“Ustedes dirán, Manuel Morales vivió lejos y nos olvidó. No es verdad. Siempre viví con mi conciencia transformada en un derrelicto. Y hallo que fue bien. Desde lejos vi a mi generación crecer. Tengo orgullo de ser un militante de Hora Zero, el movimiento que con mis hermanos ayudamos a erguir para que la poesía no sea una farsa y sí el resultado dialéctico de una generación que ansiaba libertad contra todos los indicios de oficialismo (…) Soy, como ya dije a mi hermano Miguel Gutiérrez, un hombre libertino cuyo negocio ahora es enamorar. Vivo en el sur de Brasil. Un lugar muy interesante por sus mujeres lindas. Ya habrá oportunidad para que les cuente mi vida”.■
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El rito

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He llenado la semana de rituales de destrucción
para cortarte todas tus colas
y matar tu presencia en mí
Aún eres dueño de mi quijada moribunda
Fuiste tan mío, yo fui tan tuya, tu grito de génesis
tu primaria locura
y aquel bastión que nos albergó, espalda con espalda
el consuelo del alimento y del sueño

Empecé por romper, tumbarme y tiritar
el camino que a mis pies se señalaba
la marca del final la dio únicamente tu ausencia
el muñeco en el techo colgado desde la garganta

el remolino de desorden, un tiempo fuera
y te vas
he retrocedido todos tus pasos dados en mi piel
disimulado las marcas
aligerado los bolsillos plenos antes de tu alma
He llenado de vacío la semana
y ya no estás
guaso ocurrente, la muñeca del muñeco
quedó con el rostro partido
finalizando
el rito



© Gimena María Vartu (Lima, 1986)
Se desempeñó tres años como actriz en el grupo "Teatral Elen-k". El año 2005 obtuvo una mención honrosa en el Concurso Bienal de Poesía "Washington Delgado", organizado por la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la UNMSM, con el poemario Cura de sueño, inédito hasta la fecha. Ha sido publicada en la Antología del Bar Yacana, Poesía Perú S.XXI (2007) y en la Revista Literaria Bocanada. Ha participado en diferentes recitales de poesía y eventos afines. Integra el Elenco de Teatro de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde ha participado en la presentación de las obras "El cuadro" (2007), "Los de antaño" (2007) y "El de la valija (2008)". Estudia Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
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La muerte de Nisa

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Nisa dejó de respirar. Dejó de ser… abrió su puño, y cayó un reloj de arena. El tiempo estaba contado para Nisa. No alcanzó a cerrar los ojos antes de morir. También vio su muerte. También veía cómo él se acercaba y le decía “no dejes de respirar” mientras le apretaba el cuello “no dejes de respirar, Nisa, no dejes de respirar. Te amo” y más le apretaba el cuello. Nisa murió en una cama que amaba. En la misma cama que la vio desnudarse y gemir. Así fue la muerte de Nisa. Tan simple. Tan llana. Tan ácida. Tan fluida. Su piel dejó de ser jardín de girasoles. Camposanto de miradas cristalinas. Nisa fue invierno. El dejo de tristeza que caía en los copos de los árboles. Su vestido negro-corto se ha convertido en ceniza. El cuerpo de Nisa es una fotografía borrosa. No quedan nada de sus labios. Sólo un reloj de arena que al caer, se rompe, se desgarra. Los rizos de Nisa. Los rizos. Cuelgan de las fotografías. Es todo. No hay nada más de Nisa. Un nombre escrito en unas postales pegadas a una pared. Un hombre pronunciando su nombre mientras la busca en una fiesta: y aparece Nisa, sin querer. Al final de un patio de guayabas, donde la lluvia prolongaría el dolor de su risa. Ahí estaba Nisa. Qué bien pudo haberse llamado Dalia, Julia, Laura. ¿Importan realmente los nombres?
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© Leticia Cortés (Guadalajara, 1980)
Becaria del Programa de Estímulo a la Creación y al desarrollo Artístico 2006 - 2007 en el área de Literatura: poesía, con su proyecto "Aeropuertos: innumerables alas de árbol". Autora del libro Lámparas de sueño. Promotora cultural
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